Quienes me conocen bien saben que soy miembro de la secta negacionista de los saltos y roturas del protocolo. Eso de que alguien comente de otro alguien que ha “roto o se ha saltado el protocolo”, saca lo peor de mí. Vamos, que me transformo lo mismo que si se le echa agua a un Gremlin. Añado que este comportamiento mío alcanza a los “guiños” y «símbolos» sutiles y solo apreciables para los cultivados ojos de expertos, especialistas, analistas, eruditos y otros dioses del Olimpo protocolar.
Pero hete aquí que me topo con la historia del cabo segundo de la quinta compañía del batallón de cazadores de Ciudad-Rodrigo, Don Eulaldo Valls y Roca, el superhéroe cuyo salto de protocolo da título a esta entrada. Aunque más que saltarse el protocolo, lo que hizo fue saltar encima del protocolo y ahora me explicaré.
El protocolo se cruza en el camino de un superhéroe
“Salía de las reales caballerizas, en la tarde del 12 del corriente [marzo], un coche de palacio (de servicio para un personaje de la corte) arrastrado por dos soberbios caballos ingleses” por tanto un coche de protocolo. “Cogido con pinzas”, dirán ustedes, pero ya les he avisado que no soy ni experta, ni especialista … ni tan siquiera tertuliana en materia protocolar, por lo tanto me puedo permitir este yerro.
Volvamos a la historia. Alguien sin intención o con ella, había espantado a los caballos que desbocados “subieron al galope por la calle Bailén, penetraron por la Plaza de Oriente, y se dirigían con frenética carrera hacia uno de los jardines laterales de la citada plaza, donde a la sazón jugaban descuidadamente algunos niños y paseaban varias personas”. En este momento entra en juego nuestro superhéroe que, alertado por un grito, triangula de inmediato la situación con su escáner visual: caballos desbocados, niños despistados, peligro real y desgracia inminente. El cabo Valls, sin tiempo para cambiar su uniforme por las mallas y capa típicas de un superhéroe de ficción, “sale al encuentro de los desbocados trotones, colócase delante de ellos, se arroja enseguida sobre el que le parece más indómito, lo domina, lo sujeta y logra detener a los dos”. Y remata la faena, con tranquilidad, sin tener que lamentar desgracias personales. No hubo pérdida de vidas humanas ni heridos de ninguna especie.
Acto seguido, como todo superhéroe, el cabo Valls se ajustó la guerrera, se atusó el bigote, subió al pescante y chasqueando el látigo, hizo que los caballos marchasen al paso hasta las reales caballerizas, a ocupar el puesto que les correspondía en la zona VIP del aparcamiento de carruajes.
Honores para un superhéroe
Nuestro héroe recibió como primer premio “el aplauso unánime de todas las gentes que presenciaban el hecho”. Imagino la gran sonrisa del cabo y su ligera inclinación de cabeza ante la muchedumbre (especialmente si había alguna señorita presente). No hay nada mejor que el reconocimiento de aquellos a quienes les has salvado la vida.
La acción llegó a oídos de las altas esferas y, como “las buenas acciones no quedan sin recompensa”, el cabo Valls recibió “gratificaciones de S. M. el rey, del ministro de la Guerra y de otras personas”. Además, se le concedió “una sencilla cruz pensionada”. No acabó mal la historia para el cabo.
A modo de conclusión
Las buenas acciones son siempre mejores que las buenas palabras. Y las buenas palabras, si van acompañadas de buenas acciones, mucho mejor.
Una servidora se ratifica en su negacionismo de los saltos y roturas de protocolo, pomposas expresiones que no significan nada y que solo sirven como barómetro de la ignorancia en materia de protocolo de quien las usa.