A los que peinamos canas desde finales del siglo pasado nos sonará aquella estrofa de “La Bamba” que decía: “A Lirongo, a Lirongo, a Lirongo, el sombrero me lo quito y me lo pongo”, pues en esta entrada vamos a hablar de lo mismo solo que con medallas. Además no una medalla cualquiera, si no condecoraciones dinásticas, las más importantes del XIX, y si no ¡al loro”.
Un pellizco de Historia
Por ponerles en situación, o para contextualizar, que queda más fino. Estamos en Prusia en 1861, Wilhelm Friedrich Ludwig von Hohenzollernm, regente de Prusia desde 1858, se convierte en rey de Prusia el 2 de enero de 1861. Su hermano Federico Guillermo IV falleció sin hijos y a él le tocó hacerse cargo de una corona que diez años más tarde -el 18 de enero de 1871- se convertiría en imperial con la unificación de Alemania tras la guerra franco-prusiana (de hecho la imagen destacada de este post corresponde a esta segunda etapa de su vida).
No vamos a hablar aquí del ascenso del rey Guillermo a Káiser de la Alemania unificada, nos vamos a quedar en su coronación como rey de Prusia, ceremonial que tuvo lugar en la Iglesia del Castillo de Königsberg el 18 de octubre de 1861, fecha elegida por el propio Guillermo para la primera ceremonia de coronación prusiana desde 1701, y que conmemoraba el aniversario de la batalla de Leipzig.
Una vez soltado el rollo cansino-histórico vamos al tema protocolario y medallístico. Para ello acudimos a una publicación de la Gaceta de Madrid de octubre de 1861, en la que se recoge, junto a un listado detallado de los príncipes extranjeros asistentes a la ceremonia de coronación, otro que incluye a los diplomáticos que habían recibido invitación para asistir a dicha ceremonia. Estos embajadores fueron presentados al monarca el día 17; en este acto de presentación es donde se produce el momento me quito-me pongo la condecoración adecuada.
Categorizando a los diplomáticos, que no todos eran iguales
La Gaceta de Madrid, recogiendo lo que decía la Gaceta Prusiana correspondiente, señalaba las tres categorías de diplomáticos que fueron recibidas por el monarca:
Embajadores extraordinarios.
En esta categoría entraban: por España, el Duque de Osuna; por Cerdeña, el Teniente General Conde della Roca Marozzo; por la Gran Bretaña, Jorge William Frederik Villiers, Conde de Clarendon; por Francia, el Mariscal Conde de Mac-Mahon, Duque de Magenta.
Embajadores ordinarios que habían recibido credenciales particulares para asistir a la coronación.
Figuraban en esta categoría: D. José Vasconcellos y Souza, por Portugal; el Baron de Bombac, por la Hesse Electoral; el Conde Luis de Brust, por Sajonia, Altenbourgo Anhalt y Reuss; el Cambelan de Quade, por Dinamarca; el General de Hoplgarte, por Mecklemburgo; el Barón Simón Sina, por Grecia y el Príncipe Carini, por las Dos Sicilias
Enviados extraordinarios para dicha ceremonia.
En esta categoría se encontraban: el Barón de Wiede, por Suecia; el Príncipe Bernhard de Solms-Branfel, por Hannover; M. Gefken, por las Ciudades anseáticas; M. de Elsner, por Shwartzbourg-Rudolstatd; el Barón de Hechtritz, por Sajonia Meiningen; M. de Munch Gofew, por Schaunbourg-Lippe y M. de Seebach, por Sajonia-Coburgo.
Una vez categorizados de forma separada y sucesivamente fueron accediendo al Salón del Trono donde se verificó la recepción.
Condecoraciones de quita y pon por necesidades del guion
El paso de cada uno de los embajadores al Salón del Trono requería que el Rey de Prusia cambiase las condecoraciones que lucía a gran velocidad. Ello era absolutamente necesario porque “como es costumbre que el Rey use las condecoraciones del Soberano cuyo Embajador recibe, S. M. tuvo necesidad de ponerse diferentes condecoraciones para cada audiencia” lo que requería “revestirse sucesivamente con las insignias de las Órdenes de que está en posesión”.
¿Cuántas veces tuvo que realizar la operación? Ni más ni menos que once veces ya que el monarca estaba en posesión de las siguientes: el Toisón de Oro (España); la Orden de la Anunciata (Casa de Saboya); la Jarretera (Reino Unido); la Legión de Honor (Francia); la Orden del León (Casa de Nassau); la del Elefante (Dinamarca); el Redentor (Grecia), San Javier (Dos Sicilias), Serafines (Suecia), Güelfos (Casa de Hanover) y de la Casa Ernestina de Sajonia.
Mi admiración para ayudas de cámara, mayordomos mayores, maestros de ceremonias, etc. y todo aquel que cuidase y asesorase sobre condecoraciones, porque lucirlas -y hacerlo bien- era y es todo un arte. Cuando el embajador accedía al Salón y veía al rey, portando sobre su uniforme la condecoración dinástica otorgada por su monarca, se sentiría único y transmitiría a su país el atuendo del monarca luciendo “su” condecoración, lo que no deja de ser un mensaje importante sobre el respeto y la consideración que se tenía no solo al monarca extranjero sino también a sus súbditos.
A modo de conclusión
Una cosa importantísima, que tal vez haya pasado inadvertida: el valor de la costumbre en protocolo; recordemos que nuestro RD 2099/83 le da gran importancia y así lo recoge en el artículo 5, 2 párrafo 1º cuando habla de “costumbre inveterada”. El hecho de que el rey luciese las condecoraciones se basaba en una costumbre arraigada y asentada en las relaciones internacionales.
Aunque por el título de la entrada, A Lirongo a Lirongo a Lirongo, las medallas me las quito y me las pongo, pudiera parecer que esto no iba a ser serio, ya se habrán dado cuenta de que solo trataba de empezar la semana con un poco de humor, porque los que nos incorporamos a la vida rutinaria hoy ¡¡¡lo vamos a necesitar!!!
¡Buena semana #protocoleros!
Fuente de la imagen destacada: El Káiser Guillermo I por Franz Robert Richard Brend’amour