Las bodas nos rodean: hace un par de semanas hablábamos de bodas en Hoy en Madrid; el martes pasado María de la Serna, en un post para GMS Protocolo, comentaba unas ideas básicas para organizar una boda, y desde su blog, Protocolo a la Vista, daba cuenta de las gestiones burocráticas previas a la boda y hasta el #refraneroprotocolero se ha hecho eco de las bodas el viernes pasado. Pero no somos las únicas blogueras que hablan de bodas, mayo es un mes propicio para ello, así que podemos afirmar que más que rodearnos, las bodas nos tienen sitiados.
Leyendo sobre bodas para hablar de bodas
Pues sí, vamos a hablar de bodas, pero nos vamos a ir 60 años atrás. En este blog siempre echamos un vistazo a la Historia y a cómo se hacían las cosas en otros tiempos, para ello nos valemos de publicaciones que vamos encontrando en libreros “de viejo”. En la Feria del Libro antiguo celebrada en las últimas semanas en Madrid adquirí un libro de Lillian Eichler (1952) titulado Nuevo Libro de Etiqueta y buscando entre sus páginas encontré varios capítulos dedicados a distintos aspectos de las bodas: desde el noviazgo a la petición de mano, las invitaciones o la forma de celebración. Así que antes de dejar el libro en el anaquel para buscar algún tema del que hablar este verano, les detallo algunas curiosidades que me han llamado la atención en las bodas de mediados del siglo XX.
Paso previo a la boda: la declaración de amor, noviazgo y petición de mano.
La autora recomendaba a las novias, porque el capítulo está dedicado a ellas, lo siguiente:
No lanzarse ciegamente al matrimonio. Si no se estaba segura, evitar dar una respuesta rápida si el joven que hacía la proposición no era “completamente acorde en gustos e ideales”, aunque ella pensase que le quería, era necesario reflexionar ya que “un momento de debilidad podía acarrear el dolor de una vida entera”.
Pedir consentimiento a los padres para seguir adelante con el noviazgo y el futuro matrimonio. ¿Qué pasaba si los padres no daban consentimiento? Que la joven debía decidir si quería “sacrificar su felicidad o la de sus padres”; para no poner en esa tesitura a su familia la joven procuraba que su elección fuese acertada, y a los padres se les recomendaba que si algo en el futuro novio no les gustaba se lo dijesen “sin titubeos, que probablemente se esforzaría en enmedar su falta».
Al novio solo le hacía esta recomendación: consultar a la novia sobre el anillo con el que se sellaba el pacto de futuro matrimonio, ya que su gusto debería prevalecer a la tradición y la costumbre.
Nos vamos a casar: informando de la boda en ciernes
Había que participar de los esponsales a amigos y conocidos ¿cómo se hacía? Dependiendo del nivel de la familia se podía incluso publicar en periódicos, pero normalmente se hacía por tarjeta o tarjetón. Habitualmente la noticia del matrimonio partía de la familia de la futura esposa, pero los novios podían divulgarla verbalmente entre amigos y conocidos que se encargarían de “extenderla convenientemente”.
La manera más formal de “informar” de la futura boda requería un acto específico, una invitación a una recepción en casa de la novia que hacía su madre. La casa se adornaba con flores y la novia y su madre recibían a los invitados mientras que el padre era el encargado de presentar al novio. A continuación, se servía un té y podía haber música y baile si se creía conveniente. El novio también podía enviar tarjetas de invitación a sus amigos, pero siempre después de haberlas enviado la novia.
Comportamiento social de los novios: urbanidad y modales en el ínterin
En el periodo que mediaba entre la petición de mano y la boda la autora recomendaba a los novios seguir unas pautas de comportamiento social que a nosotros nos pueden chocar pero que hay que interpretar en su contexto:
Cualquier infracción de los buenos modales “especialmente de la futura esposa” eran vigilados de cerca, por lo que cualquier “demostración pública de afecto entre novios es inconveniente y (…) contraria a la buena educación (…) el amor (…) no debe exponerse a los comentarios (…) a pareja ha de conducirse dignamente, con dominio, sin pecar por exceso de demostración de cariño ni de indiferencia”.
El novio debía esmerarse en “hacerse grato a las amistades” de su futura esposa, no mostrando “interés por otras mujeres” y evitando “verse frecuentemente con otra persona” ya que dicha conducta “desataría las lenguas maldicientes”.
¿Cuánto debía durar el noviazgo? Para la autora era conveniente un noviazgo de larga duración al ser “la mejor protección contra un posible casamiento desventurado”; este tipo de noviazgos ponían a prueba “a la joven pareja, a la familia, los amigos y a todos los interesados”. En todo caso lo normal era que se casasen “cuando hubieran llegado a conocerse suficientemente” y si los novios eran “distinguidos” el noviazgo era más bien corto.
Preparando la boda: un novio sin voz y casi sin voto
La novia y su madre decidían la fecha, de acuerdo con el novio y todos los demás detalles de la boda eran resueltos por la novia y su madre. La primera decisión que se tomaba era si la boda era en casa (si la familia de la novia tenía una casa muy grande o se deseaba un casamiento privado) o en la iglesia y en este caso había que decidir cuál.
Otra decisión importante era el nivel de ceremonia que se iba a dar al casamiento, que dependía, en todo caso, de la posición social de los novios.
Los padres de la novia corrían con los gastos de la boda -salvo el anillo- y se consideraba una falta de delicadeza que el novio “se ofreciera a proveer parte del equipo o a pagar cualquiera de los otros gastos”. Al ser los padres de la novia quienes corrían con todos los gastos la autora señalaba que “la boda no debe nunca ser más fastuosa de lo que puedan soportar los padres”.
El trousseau: la importancia del ajuar para la novia
El ajuar se empezaba a preparar una vez se había fijado la fecha de la boda y la autora hace un repaso al significado del ajuar para una novia “iniciar su vida de casada bien provista de todo lo necesario”, aunque recomienda que no se acumule cantidad sino calidad y hace un listado del contenido de un ajuar corriente:
- Seis pares de sábanas de hilo con vainica e iniciales y 12 juegos de almohadas a juego.
- Una colcha u una manta más dos de reserva.
- Seis fundas de manta de seda lavable.
- Una docena de toallas grandes de baño.
- Una docena de toallas para huéspedes y otra de toallas de mano.
- Una docena de paños para cristales, otra para cocina y otra para el polvo.
- Dos manteles grandes de damasco con dos docenas de servilletas a juego
- Dos manteles medianos con servilletas a juego.
- Dos manteles para desayuno con servilletas a juego y oros dos para almuerzo.
- Dos manteles de algodón con servilletas a juego para uso diario.
- Dos centros de mesa con servilletas de lunch a juego y varios cubrebandejas y servilletitas para el té.
Además la novia debía disponer de un equipo personal indispensable en el que no debían faltar:
- Un traje sastre con sombrero apropiado y varias blusas que “vayan bien con ese traje”.
- Un sobretodo o abrigo y un abrigo de noche.
- Tres vestidos de tarde y otros tres de noche, a los que había que añadir otros dos vestidos de noche corrientes.
- Dos vestidos de té y sobreros apropiados.
- Zapatos para calle y actos de noche.
- Seis pares de guantes cortos y largos.
- Dos docenas de pares de medias.
- Equipo de falda y suéter para el campo.
- Un vestido para jugar al golf, otro para el tenis y un traje de baño.
- Pañuelos y otros accesorios.
Regalos para los novios
No había listas de bodas y hacer un regalo era voluntad de quien recibía la invitación, no habiendo ninguna obligación en hacerlo. Si se hacía un reglo se enviaba a la novia con dos semanas de antelación a la fecha de la boda. ¿Qué se regalaba? Según la autora “la cosa más útil y más bonita dentro de nuestra capacidad económica”: porcelana, juegos de té, jarros, vajilla, etc. Lo importante era que fuesen “de buen gusto” pues la novia no expondría “en sitio visible un regalo (…) fuera de lugar”. Es decir, se recomendaba no regalar “pongos” y “escoger con gusto y discernimiento”.
En todo caso siempre era bueno que los amigos contactasen preguntando qué iban a regalar unos y otros y si se regalaban cubiertos de plata, convenía comprarlos en la misma joyería (para que los novios no se encontrasen con cada cubierto de una forma, dibujo o calidad). Otros regalos habituales eran: manteles, piezas sueltas de mobiliario o libros, y se incluía una tarjeta de visita de quien hacía el regalo; si se exponían los regalos se quitaba la tarjeta. Una vez se recibía el regalo la novia acusaba recibo del mismo mandando una tarjeta personal manuscrita de gracias, las tarjetas pre impresas se consideraban de mal gusto.
Otros tiempos, otras costumbres. Cuando hablamos de Historia hay que ver las cosas en su contexto, en la época en la que se desarrollaban. Muchos detalles nos parecen criticables porque los miramos con los ojos de 2017, hay que estudiar el momento histórico, el papel de la mujer dentro de la sociedad de la época. De momento era todo más formal, más «protocolario» y menos «mercantil».
Fuentes de las imágenes: Pinterest y Biblioteca Digital Hispánica.
Fuentes del texto: libro mencionado.
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