Hoy es el día del libro y un libro he utilizado para escribir esta entrada. He elegido uno antiguo, de esos que hay en mi anaquel y que reviso de vez en cuando. El libro que tengo entre mis manos se titula “Horas de Solaz, páginas para el bello sexo” -entiendo que el título puede perturbar, pero estamos en 1879- de Salvador María de Fabregues. En él hay un capítulo dedicado a la moda y la indumentaria interior femenina en el que el autor muestra su preocupación por la salud de las mujeres sometidas a los dictados de la moda (vamos que lo de las fashion victims no es un tema del siglo XXI, ya preocupaba en el XIX). El libro, a una servidora, le ha venido cual pedrada en ojo de boticario ya que la prenda elegida forma parte de la denominación del blog y la he tenido muy presente en la reciente visita a la exposición “La Moda en la Casa de Alba”. Pues claro, protocoleros/-as queridos/-as, vamos a hablar del corsé.
A mí un corsé me parece un instrumento de tortura. Esa “prenda femenina armada con ballenas, usada para ceñirse el cuerpo desde el pecho hasta las caderas” como la define el Diccionario de la Lengua, me produce sudores fríos aunque quien la vista sea Escarlata O’Hara. Solo pensar en el dolor que tenían que pasar algunas mujeres para, siguiendo los dictados de la moda de la época, aparentar una cintura de avispa, me hace sentirme orgullosa del flotador que rodea la mía ¡¡viva el michelín!!
En la exposición del Palacio de Liria que les mencionaba en el primer párrafo, hay unos cuantos vestidos pertenecientes a la Emperatriz Eugenia de Montijo, que sirven para comprobar no solo el uso extendido de la susodicha prenda, si no la proporción de la cintura con respecto al resto del cuerpo cuando se utilizaba un corsé. Imagino a la Emperatriz, intentando moverse por la zona de la inauguración del canal de Suez con el traje blanco que se puede ver en la exposición y pensando en lo que llevaba dentro, me dan los siete males.
Pero vayamos a lo nuestro, que es el libro de Fabregues y sus comentarios sobre dicha prenda.
Todo tiene su origen y el corsé no va a ser una excepción
El origen del corsé lo atribuye Fabregues a una reina de la Francia medieval, Isabel de Baviera[i] -no confundir con la emperatriz del mismo nombre- esposa de Carlos VI de Francia. Fue Isabel una “princesa tan célebre por su hermosura como por sus amorosos devaneos” y su esposo “perdió la razón por los disgustos conyugales que le proporcionaban las coqueterías de su bella esposa”.
En un principio los corsés eran “una especie de coseletes de acero que encerraban en su seno las delicadas cinturas de las mujeres, y si bien evidenciaban de una manera indudable la esbeltez de sus talles, la morbidez de sus pechos y la igualdad de sus espaldas, imponían una tortura lenta y mortal a las que se aprisionaban en él”. Lo dicho, un instrumento de tortura.
Las primeras fashion victims del corsé
El corsé causó furor en la Europa Medieval y “no había dama en ningún país de los que tenían relaciones políticas y comerciales con Francia, que no aceptara la nueva moda”. También en la Edad Media hubo fashion victims, reales, ya que “se hizo notar que la mortalidad [entre las mujeres] subió de punto, y aún más, hasta llegó a ser mayor el número de defunciones de mujeres al de hombres, a pesar de que éstos exponían continuamente su vida. ¿Qué ocasionaba este aumento de mortalidad? El corsé, y nada más que el corsé; las ciencias médicas se han encargado de probárnoslo así”.
La tozudez de la mujer: “Para presumir hay que sufrir”
Continúa el autor señalando que las mujeres, “aún viendo los fatales resultados que producía el agarrotarse la cintura, continuaron usando el corsé, y éste a su vez continuó haciendo víctimas tras víctimas”, todo ello por la puritita vanidad del bello sexo. Y, por si alguna lo olvidaba, o lo ignoraba, da un detalle de las afecciones que el uso continuado de la prenda acarreaba: “la cavidad torácica (…) contiene órganos de tal importancia que una pequeña lesión que por esta causa reciban, puede ocasionar enfermedades mortales. Toda afección pulmonar o del corazón, por incipiente que sea, adquiere mayor incremento oprimiendo el pecho con el corsé. Así mismo, pueden sufrir una opresión desmedida los intestinos con los aceros y ballenas que, si bien disminuyen el volumen del abdomen, comprimen los intestinos y causan desarreglos en sus funciones”. A lo que añadía: “atrofias del corazón y de los pulmones (…) hernias y relajaciones (…) dolencias que afectan a los órganos de la respiración y circulación”, todas ellas “dolencias que minan la juventud femenina abriéndole una tumba prematura”. ¡Casi nada lo del ojo, y lo llevaba en la mano! que dicen en mi pueblo.
Salus populi suprema lex
Concluye de Fabregues su diatriba contra el corsé con la frase que encabeza este epígrafe[ii]. La salud siempre en primer lugar. Todo lo que él recoge en el epígrafe “no son ridiculeces de sabios”, si no consejos encaminados a cumplir con un deber moral, “el de conservar la salud”.
También tiene claro que las mujeres ante la moda hacían oídos sordos (lo mismo que ahora y no voy a hablar de la “comodidad” de ir encaramada todo el día en unos tacones de 12 cm.) por ello termina con una frase del tipo “Quiérete a ti misma” “Descubre tu mejor yo”, de esas que encontramos en los libros de autoayuda del siglo XXI. “Por apretaros más o menos la cintura, no seréis más o menos bellas y elegantes, ni habrá tampoco ninguna persona sensata que critique vuestro talle si no es todo lo esbelto que fuera de desear”. Pues eso, queridas esclavas de la moda, a empoderarse, fuera el corsé y que viva el michelín.
Dedicatoria
Concluyo con una dedicatoria a las protocoleras -y al protocolero- con quienes compartí visita a la exposición mencionada y la mesa y mantel que vino a continuación: Cristina Allot, María de la Serna, Itziar de la Serna, Beatriz Freixas, Begoña Martín, Margarita Martínez y Miguel del Amo. Dedicatoria que amplío a los protoconsortes que, como siempre, mostraron su apoyo, comprensión y comentarios de protocolo (algo se les ha pegado, digo yo).
Fuentes:
Libro mencionado en el texto, disponible en la Biblioteca Digital Hispánica.
Imagen destacada: elaboración propia con ilustraciones de «La Moda Elegante» de 14 de mayo y 6 de septiembre de 1879, disponibles en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional.
[i] Isabel de Baviera-Ingolstadt (1370-1435)
[ii] “Salus populi suprema lex est” (La salvación del pueblo es ley suprema), primer principio del Derecho Público Romano. El Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil de John Locke contiene un epígrafe con este título: “Salus populi suprema lex” en el que se refiere a la salud -entendida como bienestar, felicidad, bien, etc.- como la ley suprema que debe guiar al gobierno.