Me he regalado a mí misma el libro “Damas en bicicleta” una traducción de José C. Vales del libro Lady Cycling de F.J. Erskine (1897) y que va destinado a mi Anaquel. He leído alguno de sus capítulos y me gustaría comentar el dedicado a la indumentaria apropiada para ir en bicicleta, o deberíamos decir la etiqueta para ir en bicicleta (que estamos en 1897). El título no me ha costado nada encontrarlo, en cuanto vi la portada del libro me vino a la mente la machacona canción.
El libro apenas llega a las 100 páginas y en él se dan una serie de consejos sobre ciclismo, indumentaria, la bicicleta y su mantenimiento, la forma de pedalear y el tipo de rutas en las que se puede practicar este deporte. Todo ello contando con fina ironía o humor inglés, lo que convierte el libro en algo muy agradable de leer y en ocasiones desternillante. Hablo en presente pero ya saben que estamos a finales del XIX.
Me ha resultado curioso el capítulo dedicado a la etiqueta para ir en bicicleta, en el que la autora comenta la vestimenta de la ciclista de la cabeza a los pies. Claro, que no era un outfit barato, sobre su coste se quejaba la autora con estas palabras: “nuestra indumentaria debe tener un corte impecable, y muchas veces gastamos tanto como si lleváramos indumentaria de hípica”.
Eligiendo tela y modelito apropiado
Para ir en bicicleta por el parque la etiqueta que se recomendaba a una dama consistía en “una fantástica falda de singular corte y confección, ingeniosamente preparada para que cuelgue vistosa y ampliamente a ambos lados del sillín; al parecer la moda, aunque no el sentido común, decreta que debemos ir ataviadas con una blusa de seda o algodón, rebosante de lacitos y aderezos, con amplias mangas abombadas, indumentaria (…) que mejor se ajusta a nuestros cuerpos”. La autora no parece muy convencida con este dictado de la moda y contra aconseja diciendo “Lana arriba y lana abajo, lana por todas partes; tal es el consenso deportivo al que han llegado (…) en lo que a normas de saludable higiene ciclista se refiere” (me lo imagino y me da un calor terrible). El grosor de esa prenda quedaba al albur de la dama ciclista.
Para la autora lo que no era recomendable era el algodón, cuyas camisetas se empapaban enseguida y la dama ciclista, si se paraba a charlar con alguien o recoger una flor “empezaba a tiritar, cogía un resfriado (…) y a guardar cama, al tiempo que culpa de todo ello a la práctica del ciclismo”.
No descuidemos la ropa interior
Señalaba la autora que ya había firmas de ropa femenina que se anunciaban en periódicos y revistas y que estaban “especializadas en ropa interior para señoritas ciclistas” Alguna de estas firmas recomendaba utilizar medias de algodón o caladas (vamos, el típico calcetín de perlé que se hacía de punto o crochet y que nos torturó los piececitos de niñas cuando nos vestían de domingo). La autora se echaba las manos a la cabeza ante semejante recomendación diciendo “[las medias caladas] puede que sirvan para ir a dar unas cuantas pedaladas por el barrio, pero para cualquier cosa que vaya un poco más allá de ese paseo urbano esas medias serían de lo más contraproducentes: además de causar unas horrorosas ampollas, este tipo de medias tienen cierta tendencia a dañar los pies” Cierto y verdad, mi yo niña tenía horror a aquellos calcetines.
La autora indicaba en estos supuestos “ponerse unas medias ligeras de lana, a menos que se lleven polainas (…) y cambiárselas después de cada paseo en bicicleta (…) los pies siempre deben mantenerse secos y en perfectas condiciones”.
¿Me pongo el corsé?
En 1897 el corsé era pieza indispensable del atuendo femenino ¿qué pasaba con él al practicar deporte? Los entendidos aconsejaban descartarlos para la práctica del ciclismo. La autora no estaba de acuerdo con este consejo y contra aconsejaba diciendo que se podía llevar corsé sin problema, siempre que no se apretasen mucho los cordones (en todo caso, una escena Mammy-Escarlata O’Hara no era recomendable para ajustarse el corsé antes de la práctica del ciclismo).
El consejo no se quedaba en los cordones, abarcaba también al modelito “un par de corsés bien revestidos de lana pueden proporcionar una beneficiosa sujeción; impedirán que la figura se descomponga y de paso protegerán las partes vitales del frío”.
Mejor con pantalones, pero si estás en ciudad ¡¡hay que ir a la moda!!
Reconocía la autora que la etiqueta adecuada para practicar el ciclismo consistía en “unos pantalones bombachos en lugar de faldas (…) lo mejor es que incluyan refuerzos de piel, igual que si sus dueñas fueran a montar a caballo. Deberían tener una hebilla por debajo de la rodilla, pero no han de apretarse mucho (…) no son recomendables las gomas (…) para asegurar las medias son preferibles las ligas” Siempre mejor pantalón que falda ya que esta última “en el noventa por ciento de los casos (…) acaba pareciéndose a una vela de botavara de un velero y la gente acaba imaginando que la dama ciclista se aleja como impulsada por el viento marino”.
Esta indumentaria era estupenda para practicar ciclismo en el campo pero “en la ciudad, la naturaleza humana obliga a acomodarse a ciertas modas y (…) aquellas que utilizan la bicicleta en la ciudad deben tener en cuenta la moda del momento (…) No hay ninguna razón por la que la señorita ciclista no pueda llevar una ligera tela de alpaca gris, un piqué blanco o una Holanda beis para conformar la chaqueta y la falda. Con estos materiales ligeros y veraniegos, y el buen gusto y el corte de una modiste con talento, las señoritas pueden salir a la calle en bicicleta con la seguridad de que dará gusto verlas”
No olvidemos el calzado
Sugerían los expertos de la época a las ciclistas llevar botas para practicar este deporte. Para la autora ese tipo de zapato era “completamente desaconsejable para pedalear, y no debería ponérselas nadie sensato que estuviera siquiera pensando en andar en bicicleta con conocimiento”. Mucho mejor “unos zapatos (…) en piel negra o marrón, con una buena horma para los dedos de los pies”, zapatos que “como se muestran tanto, deben además sentar bien y ser elegantes”. Para ello nada como “ir a un buen zapatero y encargar un zapato cosido a mano que se ajuste bien al pie (…) [son] lo mejor para disfrutar de largas excursiones campestres”
Y para finalizar, hay que cubrir la cabeza y cuidar otros accesorios
Sombreros, guantes, alfileres, corbatas, velos, etc. tan de moda en aquella época se incorporaban a la etiqueta ciclista según la ocasión.
Sombrero sí pero sin alfileres para sujetarlo, mejor con una banda ancha, elástica o de seda, para pasar por debajo de la barbilla. Sugería la autora el sombrero tipo canotier en verano, ya que permitía “ir en bicicleta con elegancia y comodidad” y, en invierno, los sombreros de fieltro.
Respecto a los guantes la autora señalaba que su uso según el tipo era controvertido, para ella los de “color canela oscuros y calados” eran muy agradables de llevar, lo mismo que los blancos de ante, que además eran “muy estilosos”; aunque nada como los “guantes de lana confeccionados en casa”, que protegen del frío y la humedad. Por el contrario, los blancos de cabritilla eran “absurdos y excesivos” para la práctica de este deporte y los de seda y algodón, daban calor, se agujereaban con frecuencia y provocaban ampollas en las manos.
De pañuelos y corbatas decía que eran prendas muy elegantes e invitaba a usarlos en trayectos cortos.
Mención especial merecía el velo. Para ella era una prenda discutible, por un lado le veía sentido para mantener el peinado en condiciones si hacía viento y como protección contra los mosquitos, pero por otro “embutirse en una gruesa gasa azul y blanca (…) no solo es absurdo sino que termina siendo asfixiante” y añadía frente a quien opinaba que era una buena protección contra el sol que “las ciclistas más juiciosas prefieren ponerse un poco morenas antes que andar por los caminos con las cabezas metidas bajo una bolsa casi opaca que no las deja ver ni por donde van”.
Una recomendación final
Cerraba la autora el capítulo relativo a la etiqueta para ir en bicicleta con esta frase: “La indumentaria adecuada para el ciclismo campestre debe ser impermeable, capaz de soportar y proteger a la ciclista frente a la lluvia, y que no se estropee aunque se empape (…) en tanto la ciclista vaya ataviada con prendas de lana y siga moviéndose, no habrá peligro de que pille un resfriado”
A modo de conclusión
¡Cómo han cambiado los tiempos! En los albores del ciclismo femenino ir en bicicleta era un deporte que requería destreza y fuerza, no solo para pedalear, si no para soportar el peso y la incomodidad de la indumentaria. Afortunadamente para nosotras, no por ello dejaron de pedalear por caminos y cuestas y hoy en día la práctica del ciclismo no conoce de distinción de sexos.
Lo que ha cambiado, es la indumentaria. Hoy llevamos menos ropa; la etiqueta para ir en bicicleta ha reducido su peso y consistencia. Los maillots, las camisetas técnicas para practicar este deporte son ligeras como una pluma, transpirables, facilitan el movimiento, si las doblas caben en un bolsillo; las zapatillas se acoplan al pedal; sillines ergonómicos; cascos protectores; gafas fotocromáticas, etc. Lo único que no ha cambiado es la queja en el precio, un buen outfit ciclista cuesta lo que un abrigo de visón (doy fe).
Fuentes imagen destacada:
Imagen destacada elaboración propia con ilustraciones de:
- La Moda Elegante, 6 de marzo de 1900.
- La Moda Elegante, 22 de julio de 1900.
- La Última Moda, 15 de julio de 1900.
- La Última Moda, 15 de diciembre de 1901.
Disponibles en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional