La semana pasada estábamos de feria en Sevilla y esta de romería en Madrid, celebrando a su Santo Patrón, San Isidro. Para ilustrar el post, un cuadro de Goya y para darle contenido unos párrafos del capítulo que a la citada romería dedica Ricardo Sepúlveda en su libro «Madrid Viejo» (1887) y que pueden encontrar digitalizado en la Biblioteca Digital Hispánica.
Los párrafos son citas literales (única forma de compartir la fina ironía del autor) del mencionado libro a los que me he permitido la licencia de ponerles un título.
Vamos de romería
«Una nube de carruajes de todos los tiempos y procedencias, desde el calesín carcomido hasta las diligencias (…) se lanzan a todo escape desde la Puerta del Sol, cuesta abajo por la de la Vega, o se desbocan desde la plaza de la Cebada y sus contornos, por la fábrica del gas, hasta la Puente Toledana y ermita de San Isidro».
«El jaleo fino, que se arma con tal motivo, principia la noche anterior, que acampan en la pradera los fondistas, buñoleros, vendedores y parientes de la tía Javiera, tía de todo el que hace rosquillas y matrona a quien no he tenido el gusto de conocer, aunque solo sea por la inmensa fama que ha sabido conquistarse con su buena pasta».
No hay romería sin romeros
«Durante el camino es a cada instante más variada la colección de tipos que, a pie o en coche, se dirigen a la pradera. Pareja más o menos amarteladas, mamás más o menos gordas … de vista; grupos de jóvenes solteras más o menos cursis; forasteros más o menos incautos y una procesión de pobres, cojos, mancos, ciegos y fenómenos de la naturaleza, más o menos artificiales«.
Espectáculo en la pradera y aledaños
«Una vez en la pradera es magnífico el espectáculo que allí se ofrece, sin contar el de las innumerables tiendas de vinos binos, que todo se lee en el tránsito. Infinidad de puestos de comestibles y bebestibles; juguetes y figuras de barro; de buñuelos y leche de las Navas; fondas con su mesa redonda (…); entoldados para bailes serios (…); mucho Tíovivo y algún tío muerto (…); la Iglesia llena de gente risueña y el cementerio invadido por secciones de ambos sexos que no guardan la compostura debida; la fuente de la Salud atestada de devotos y devotas que esperan obligar al novio a que se ase pronto bebiendo un vasito, con lo cual consiguen tener un marido pasado por agua (…); varias meriendas sobre la empolvada alfombra; innumerables botijos grandes y chicos (…); mucho señorito pitanto; mucho baile campestre«.
Cada mochuelo a su olivo que acabó la romería
«Después, cuando llega la noche, y sin que ninguno de los romeros se haya apercibido de si ha sonado el toque del Angelus o el de Oraciones, los concurrentes regresan a sus hogares, ellas con los vestidos rotos y las mejillas encendidas, ellos con el sombrero hacia atrás y deshecho el nudo de la corbata; todos con los bolsillos llenos de golosinas, las manos ocupadas con botijos y plantas y algunos con el estómago inundado de zumo que les obliga a caminar en línea curva constantemente».
Fuente de la imagen destacada:
La pradera de San Isidro (1788). Francisco de Goya y Lucientes. Museo del Prado
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