Urbanidad del XVIII ¿Urbanidad en el XXI?
Una amiga que me conoce bien me ha regalado este libro por mi cumpleaños y, antes de llevarlo al “Sanatorio de los Libros” donde seguramente pasará unos meses, compartiré algo de su contenido con ustedes. Es un libro de 1774, traducción a su vez de otro publicado por el Abad Goussault en 1698 pero que, como podrán ver en el contenido del capítulo que he escogido para este post, no ha pasado ni un día por él. Los consejos de urbanidad que da un padre de finales del XVII, principios del XVIII son casi los mismos que nos repiten en el XXI.
El libro es, en palabras del autor de la traducción, “un compendio de la más sana Philosophía Moral en que se debe radicar a los jóvenes, desde su más tierna edad, para inclinarlos a que formen sus costumbres” ya que es una obra “no solo útil, sino necesaria a la buena educación de la mejor y más noble parte de la Juventud”. Se trata, por tanto, de una obra destinada a una determinada parte de la juventud –la perteneciente a la aristocracia- cuyo destino, a finales del XVII, era regir los destinos del resto de los habitantes del país.
El autor –Goussault- incide en este sentido, señalando que los consejos que el mismo recoge en sus capítulos, son los que un padre da a sus hijos “para formarlos dignos del nombre, que les distingue, y ser ramas del tronco de que descienden y por esta razón todos los consejos se dirigen a inspirarles sentimientos de honor y virtud”. Honor y virtud eran cualidades innatas de la Nobleza.
Urbanidad en el siglo XVIII ¿hablamos de lo mismo en el XXI?
El capítulo V, Sobre el modo de vivir en el mundo, contiene catorce reglas, doce de las cuales entran dentro de lo que hoy llamaríamos: urbanidad, comportamiento social o protocolo social.
No hablar mal de nadie: “sufrir con bondad los defectos de los demás –y- elogiar a los que lo merecen”.
Huir de la vanidad y la apariencia, no hay que ser importante por lo que se posee, si no por virtudes como “valor, mérito y juicio”.
Hablar cuando corresponde, no interrumpir a los demás; hablar sin parar o pretender que lo que decimos sea más importante que lo que dicen los demás. “Interrumpir (…) es indiscreción, hablar siempre, imprudencia”.
Reconocer el mérito ajeno y felicitar los logros de los demás, de esa forma se da a entender que uno es capaz de “gustar las cosas buenas (…) apreciando las que lo merecen”, sin pensar que solo lo que hace él está bien.
Ser comedido de palabra y obra, cuidar lo que se dice tanto como lo que se hace.
Ser tolerante con los gustos y aficiones de los demás, incluso con su sentido del humor, lo que lleva a “estar bien con todos” y “a todos ser gratos”.
Ser afable en el trato y optimista ya que “aun cuando tengáis mérito (…) mientras no tengáis un semblante afable y risueño y un exterior grato y atractivo (…) seréis estimados pero no se os amará”.
No jactarse de lo que se tiene.
Ser cortés, estar atento a las necesidades de los demás y siempre prudente.
Mostrar empatía y consideración hacia los demás para lo que el libro recomienda “jamás desazonar ni dar que sentir a otros”.
La última regla va dirigida a los «gorrones», auténticos artistas del vivir a costa del resto, a ellos especialmente dirige estas palabras: “procurad no ser gravosos a persona alguna: sed civiles y urbanos sin cortedad ni ceremonia”.
Como pueden ver trescientos años más tarde estas reglas son los pilares básicos de la educación social, las seguimos practicando, nos las siguen enseñando, desde los blogs de protocolo seguimos hablando de ellas ¿tanto tiempo ya y no forman parte de nuestro carácter?.
P.D. Gracias querida por este maravilloso regalo.
3 comentarios
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Gracias por este estupendo post: ¡qué gran verdad!
¡Gracias a tí! estupendo libro … y es que página que abro me parece que lo han escrito ahora mismo