Seguimos de funeral real por un rey Habsburgo español del siglo XVII. En el post anterior dejábamos a sus súbditos rezando una vez conocida la triste noticia, ahora nos vamos de velatorio.
El cuerpo del rey, una vez producido el fallecimiento, tenía que ser velado en su casa. A este fin se instalaba la Capilla Ardiente en el Salón Grande de Palacio, el mismo que se destinaba a representaciones teatrales de las obras de teatro cortesano. Hoy lo llamaríamos un salón multifuncional, lo mismo servía para banquetes, que para grandes ceremonias de Estado o incluso representaciones teatrales y también, como no, para capilla ardiente. Por sus dimensiones permitía la instalación de una gran capilla, revestida con toda la decoración necesaria para que su aspecto fuera similar a un templo.
Tres días estará expuesto el cuerpo del monarca en el Salón Grande, para ser honrado y contemplado por sus súbditos, sean estos de cualquier condición, aunque la mejor condición otorgará siempre un mejor puesto a los “actores” que participan en esta ceremonia: clero y nobleza. El pueblo también asiste, en segundo plano, como mero espectador.
La capilla ardiente tendría un aspecto similar a este, pero aún más grandioso. Las dos ilustraciones que incluyo a continuación son las de Isabel II (1904) y María de las Mercedes (1878)
En la Capilla Ardiente, el cadáver tenía a la vista rostro y vestimenta, así como las insignias y símbolos del poder real (Soto Caba, 1992; Varela, 1990), para que sean visibles a todos, incluso al público general. Este despliegue produjo algún que otro altercado ya que “la muchedumbre arramblaba con toda clase de objetos: mantos, lienzos (…) peleándose por obtener un mejor lugar desde el que satisfacer su curiosidad” (Varela, 1990).
Rodriguez Villa (1918) da cuenta de cómo se organizaba ese espacio (la autora de este post se ha permitido hacer una interpretación de dicha lectura en forma de croquis): se montaba una tarima con varias gradas, alfombrada de negro con bordados de oro y plata sobre la que se instalaba una cama con dosel, o un ataúd ligeramente inclinado, como señala Varela (1990). Rodeando la tarima: la guardia y las velas y hachones (esto es una capilla “ardiente”, del despliegue de luminaria de llama le viene el nombre).
Alrededor de la tarima se instalaban distintos altares, uno a los pies, desde donde se dirían las mismas de pontifical (con su lado de la epístola y lado del evangelio, en el que se instalaban bancos para los Grandes y Capellanes y el asiento destinado al mayordomo mayor) y otros seis alrededor para las misas rezadas. Cerrando la composición, el coro. Para que se pudiera contemplar el espectáculo se situaba una valla perimetral, que facilitaba la deambulación al tiempo que impedía el acceso.
Solo personajes de la corte y eclesiásticos participaban en estas ceremonias (incluyendo a los Monteros de Espinosa, que velaban el cadáver). El mensaje o los mensajes que transmitían las ordenaciones: la proximidad daba cuenta de la importancia, el favor real del que se gozaba por el apoyo a la dinastía que allí se desplegaba.
Fuentes
- RODRIGUEZ VILLA, A. (1915): Etiquetas de la Casa de Austria. Madrid. Jaime Ratés (disponible en http://bdh-rd.bne.es)
- SOTO CABA, V. (2002): Los catafalcos reales del barroco español. Madrid. UNED.
- VARELA, J. (1990): La muerte del rey. El ceremonial funerario de la monarquía española (1500-1885). Madrid. Turner.
Imágenes
- Capilla ardiente Isabel II, captura de pantalla de www.liturgia.mforos.com
- Capilla ardiente María de las Mercedes, captura de pantalla de www.laalacenadelasideas.blogspot.com
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