El teatro, como cualquier manifestación de fiesta y júbilo, fue blanco de censuras por parte de teólogos, moralistas, jurisconsultos y otros escritores.
Las críticas se centraban en las actrices y uno de sus más feroces críticos fue Rivadeneira: “además de la vista ponzoñosa hay palabras lascivas y torpes, canciones de sirenas; boces suaves y muelles; los ojos pintados, afeitados los rostros; todo el cuerpo galano y compuesto, y otros mil lazos para engañar, prender a los que miran” (Suárez García, 2003).
Se criticaba también la deshonestidad (mujer objeto y sujeto de pecado, vestida de hombre en las representaciones); la vida licenciosa de algunas actrices; el lujo suntuario de los vestidos. Asimismo la ociosidad que generaba en quienes acudían a los espectáculos teatrales, “los soldados no atienden a sus obligaciones”, lo que les inhabilitaba para “las cosas del trabajo y de la guerra” (García García, 2003).
Pese a las críticas las autoridades civiles y las comisiones oficiales que organizaron y reglamentaron la vida teatral, mantenían una actitud más abierta hacia el teatro, que contaba también con el total apoyo de los actores, autores, hospitales , etc. Consideraban, en líneas generales estos espectáculos “podían reportar limosnas para hospitales y obras pías, entretenimiento al pueblo y a la corte y una formación ejemplarizante, que tenía su máxima expresión en las representaciones de los autos sacramentale” (García García, 2003). Esta defensa se hace a través de los Memoriales, que presentan ante el rey en apoyo de su posición arguyendo las bondades de las representaciones teatrales, por los buenos ejemplos que enseñan, su aviso y doctrina de vida; el sustento de hospitales, ya que estos percibían un porcentaje de la recaudación de las representaciones.
Críticos y defensores ponen de manifiesto una lucha de poder, con raíces económicas, políticas y religiosas, como señala Suárez García (2003): “El examen detallado de los textos demuestra que en el fondo es una discusión de poder, una lucha de poder … con sus instigadores y ejecutores y quienes más tarde han aprobado o han simpatizado con las acciones” (Suárez García, 2003). Los supuestos de enfrentamiento por la representación de comedias entre poder político y poder religioso, le recuerdan a este mismo autor quién ganaba siempre la batalla: “la relación, (…), entre fuerzas de poder: temor, unión en casos de interés mutuo y respeto; pero a fin de cuentas, en casos extremos o de enfrentamiento, el poder religioso … dependía o respondía normalmente al poder civil”.
Hasta aquí el teatro. La semana que viene un nuevo tema.
En el cuadro: María Calderón, La Calderona, actriz, amante de Felipe IV y madre de D. Juan José de Austria