Como en los toros, en el teatro había dos tipos fundamentales de representaciones atendiendo al lugar en el que se realizaban: el teatro público, que se representaba principalmente en los corrales de comedias y el teatro cortesano, que se celebraba en los espacios privados de la realeza y la nobleza.
Si analizamos una y otra forma de manifestación festiva encontramos la primera diferencia en el ambiente durante la representación, mientras que en el corral de comedias “se comía se bebía aloja, era lugar de encuentro y se manifestaban con gran viveza tanto las aprobaciones como las desaprobaciones” (Diez Borque, 1998); en presencia del rey “el público observaba (…) dentro de una atmósfera de formalidad y silencio bastante ajena a los corrales (…)” (Farré, 2003), este silencio y formalidad producía, según Lisón Tolosana (1991) efecto doble: “el de la acción escénica de los actores en el marco regio; y el del espectáculo que daba el rey, con su presencia al presidir la representación”.
La segunda diferencia tenía que ver con la suntuosidad en los medios de representación, mientras que en el corral de comedias los decorados eran prácticamente inexistentes, en los espacios privados de la realeza y la nobleza se alcanzaba una mayor capacitación técnica y especialización en decorados, trajes, tramoyas, etc.
Y por último, había diferencias en el contenido de las obras representadas: el teatro cortesano “se concebía como una combinación de todas las artes, como acto de la adulación, de orgullo nacional y expresión de intenciones políticas” (Farré, 2003); en el corral de comedias, se representa la comedia nueva, creada por Lope de Vega, y que se convertiría en norma, pauta y modelo para autores posteriores. Esa comedia, mezcla de trágico y cómico, que articula tensiones, suspensiones y contrastes, ofreciendo un desenlace feliz, contiene los grandes conceptos de amor, honor, rey, y gran variedad de temas: historia, capa y espada, mitología, enredo, costumbres, etc.
Continuará
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