Además de mantelería y servilletas, que veíamos en la entrada de la semana pasada, la cubertería de plata, las copas de cristal y los platos de loza son esenciales en una mesa de banquete. Al igual que la parte textil de la mesa, deben estar limpios y brillantes si queremos que nuestros invitados los admiren.
Hoy día con un buen lavavajillas dejamos impoluto el instrumental en un periquete pero, aun así, hay piezas que no pueden pasar por ese electrodoméstico y hay que lavar a mano y secar con un paño de hilo que no deje rastros y haga brillar los objetos hasta conseguir deslumbrar a nuestros invitados.
Me voy al pasado a ver cómo las bisabuelas o tatarabuelas gestionaban este tema. Para ello nada mejor que Carmen de Burgos, que ya nos contaba la semana pasada cómo había que lavar manteles y servilletas para que no quedase una mancha ni un germen. Veamos qué consejos da para platos, copas y cubiertos.
Vajilla, el agua limpia la deja idem
La vajilla de loza se lavaba en el fregadero y se escurría ligeramente en un “vajillero” (así lo llama Carmen de Burgos, por su descripción es lo que hoy llamaríamos escurreplatos) y antes de que hubiese escurrido del todo se secaba con un paño de hilo, sacándole brillo. De esa forma “quedará perfectamente limpia”.
Una vez limpia y seca, hay que colocarla en el sitio habitual “los platos por orden de grandor, para que la clasificación pueda hacerse por la simple costumbre de la vista”. Además convenía tener “un inventario, siempre al corriente” que debería estar en la zona donde se guardaba la vajilla, a disposición de la dueña de la casa.
Lecciones de química casera al servicio de la limpieza del cristal
Distinguía la autora entre piezas lisas y piezas de cristal tallado. Para las primeras recomendaba “un simple lavado con agua fresca” y un secado esmerado “hecho con un lienzo fino”. Las piezas complicadas eran las talladas, porque conservaban vestigios del líquido que habían contenido y necesitaban una limpieza “más exigente”. Entre esas piezas talladas estaban las botellas en las que se decantaba el vino. Su limpieza contaba con numerosas “recetas”: “las hojas de parietaria, de borraja, de cotufa (…) la sal en granos gruesos, pedazos de patatas, cascarones de huevos, la arena fina, el carbón vegetal (…); cualquiera de estas materias se introducía en las botellas con una pequeña cantidad de agua clara y se agita (…) en todos los sentidos. El carbón tiene la ventaja (…) de quitar por completo los malos olores”. Se dejaba con ese líquido unas horas y luego se aclaraba con agua limpia.
Para que el cristal brillase como un diamante utilizaban “polvos de índigo, espolvoreados con un lienzo fino húmedo y bien frotados en seco (…) aumentan mucho la claridad de los cristales”.
Para limpiar la plata se necesitaba título de experto en química
Química casera básica
Recomendaba la autora lavar la plata “en una cubeta de madera”. Si la plata era fina (buena) y con mucho adorno “se tendrá cuidado de poner en el agua uno o dos puñados de salvado para disminuir el frotamiento”. Para que la plata conservase su brillo había que lavarla de vez en cuando “con agua y jabón” y además frotarla “con una piel de búfalo”. Si había estado descuidada (es decir si no se había lavado de vez en cuando aún sin usarla) o tenía manchas producidas por sustancias alimenticias, se le devolvía el brillo hirviendo en agua: 5 partes de hollín en polvo y 2 partes de alumbre. Para las manchas resistentes había que ensayar otras recetas “agua de cenizas, agua salada (…) unas gotas de amoniaco”. Si la mancha desaparecía con estos tratamientos, había que lavar la plata con agua (imagino que para quitar la parte tóxica de la pócima).
Química casera nivel experto
Si la plata se había manchado con grasa había que “pasarla por agua hirviendo” después cepillarla “con agua jabonosa conteniendo un poco de amoniaco (…)” y, a continuación, enjuagar “las piezas una a una en agua templada y se depositan sobre un lienzo; se [secan] con una tela fina, después se las frota con una gamuza ligeramente untada con rojo de Inglaterra; se termina repasando cada pieza con una gamuza, esta vez sin el rojo”.
Cucharas y tenedores ennegrecidos “se limpian frotándolas con hojas de acedera, hollín, ceniza o vinagre. También se les puede sumergir en agua que ha servido para cocer patatas”.
Una vez tenemos la plata limpia y refulgente, conviene hacerles un mantenimiento, para que no vuelvan a requerir tanto esfuerzo de pre-Quimicefa. Lo más recomendable era pasarles una gamuza a las piezas después de lavarlas lo que las “mantiene (…) en buen estado y evita las grandes manchas”.
Para obtener un brillo sin igual había que hervirla en un líquido “compuesto por 3 litros de agua, 60 gramos de sal ordinaria, 60 gramos de alumbre y 60 de crémor tártaro”.
El peligro no está en las sustancias empleadas si no en el rayado de las piezas
Continúa la autora previniendo contra las recetas no testadas, no por su toxicidad, que es lo que yo he pensado mientras las leía, si no porque ¡¡podían rayar la plata!!
Consejo final
La plata, una vez limpia, debía colocarse envuelta en un paño en un sitio seco.
A modo de conclusión
Qué suerte vivir en la época de Fairy y Finish Powerball que dejan la vajilla y la cristalería como un jaspe. Respecto a la plata la verdad es que no les puedo decir, mi cubertería es de acero inoxidable apta para lavavajillas por lo que los productos anteriores la dejan limpia y reluciente.
Fuentes:
Texto: Carmen de Burgos «La mujer en el hogar«, 1909. Disponible en Biblioteca Digital Hispánica.
Imagen destacada: «Bodegón con copa roemer, tazza de plata y panecillo» (1637), Pieter Claesz. Museo Nacional del Prado.
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