¿Palacios, casamenteras y coplas? ¿pero eso tiene que ver algo con protocolo? ¿de qué nos va a hablar esta mujer hoy?. Imagino su intriga ante este título, pero sigan leyendo que seguro que al final todo tiene relación.
La semana pasada tuve el privilegio de asistir a la primera conferencia dentro del ciclo ¡Bienvenidos a Palacio! (una iniciativa de la Comunidad de Madrid para abrir las puertas de los numerosos palacios que hay en la capital de España y mostrar sus tesoros e historia) y que tuvo como marco el Palacio de Longoria, sede la la SGAE.
Esta conferencia inaugural llevaba por título «Arriba y Abajo» y tuvo dos intervenciones: la primera a cargo de D. José Luis Sancho Gaspar, de Patrimonio Nacional, que nos habló de los palacios como «Decorados para la comedia humana. Salones y vida cotidiana«. La segunda intervención corrió a cargo de la profesora de la Universidad Complutense de Madrid, Dña. Raquel Sánchez García y llevaba por título: «Al caer la tarde. Mujeres y sociabilidad en los palacios madrileños«.
Con esos mimbres, imaginación y un poco de cultura popular se ha confeccionado este post, en el que todo casa ¡y como!.
Palacios
La primera intervención se dedicó a los palacios del XIX y principios del XX, a los que aún están en pié y a los desaparecidos, en cuyos salones se desarrollaba la vida cotidiana de la aristocracia titulada y de nuevo cuño, como el palacio en el que nos encontrábamos, propiedad del financiero Javier González Longoria y que acabó siendo morada de Florestán Aguilar, dentista de Alfonso XIII.
Los salones de los palacios eran el escenario de la vida social de las clases privilegiadas, su decoración y las reuniones -bailes, banquetes, veladas, etc.- que en ellos se celebraban, daban cuenta del nivel adquisitivo de sus propietarios y, como no, de su poder.
De esa vida fueron cronistas los escritores de la generación del 98. La literatura refleja la vida del momento y los palacios se hacen vívidos a través de los textos de autores como Galdós, Palacio Valdés, Coloma, Baroja, etc. Todo un mundo de representación social, de apariencia, que llega también a nosotros a través de las Revistas de Salones, donde se detallan las grandes fiestas de las familias aristocráticas, en crónicas que escriben autores como Bécquer o Montecristo.
Una frase -que pone Galdós en boca de su personaje Torquemada, el Marqués de San Eloy-resume ese mundo de apariencia: «No se puede operar en grande y vivir en chico«. Hay una necesidad de tener el palacio más grande, el mejor decorado, el que cuente con mayor número de fiestas y lo más selecto de la sociedad madrileña. Si hablamos de aristocracia y clases privilegiadas estamos hablando de protocolo, y ahí tenemos la primera relación.
Casamenteras
En la segunda parte de la conferencia nos adentramos en la vida social del palacio. Raquel Sánchez García nos introdujo en los salones de la mano de las mujeres que lo habitaban, de las que vivían arriba, las señoras. El vivir arriba habla de jerarquía, de diferencia social, de rango y en definitiva de protocolo. El palacio como lugar de encuentro de la aristocracia y las clases privilegiadas, y sus fiestas, que empezaban tarde y en las que se trasnochaba.
En los salones del palacio se celebraban veladas, conciertos, chocolates, grandes bailes, cenas, etc. y era la señora de la casa quien creaba los ambientes en función de unos parámetros de civilidad: reconduciendo actividades, evitando palabras malsonantes o situaciones desagradables.
Había salones en los que se hablaba de política y en los que señoras como María de Buschenthal celebraban reuniones sociales en las que se invitaba a hombres de todas las ideologías. Eran tertulias que comenzaban a partir de medianoche, en las que se había seleccionado cuidadosamente a los invitados y su ubicación. Eso también es protocolo ¿verdad?.
Otros salones, como los de palacio de las Rejas (hoy desaparecido), se dedicaban a negocios. Este palacio era parada obligada para quien quería conseguir algo en la Corte. Allí se hacían negocios previo pago de un «peaje», estamos hablando de tráfico de influencias y de una mujer: María Cristina de Borbón-dos Sicilias.
Y también estaban los salones en los que se gestionaba el futuro de las señoritas de la aristocracia. Sin duda uno de los mejores para estos menesteres fue el palacio de la Quinta de Miranda cuya anfitriona, María Manuela Kirkpatrick, condesa de Montijo y Teba, gozaba de gran fama como organizadora de reuniones en las que presentaba a jóvenes a sus futuros pretendientes. Reuniones que se celebraban en Madrid, París o Londres, porque buscar un buen pretendiente para hacer una buena boda bien merecía un buen viaje.
[Hasta aquí les he relatado lo que nos contaron la otra tarde. A partir de aquí es cosecha propia]
Ese papel de casamentera, de estratega matrimonial, era esencial en una sociedad aristocrática. Hablamos de casamentera -intervención en el ajuste de una boda- y no de celestina, que es la que concierta relaciones amorosas con fin distinto al matrimonio. Doña María Manuela era tan conocida por ese aspecto que acabó «andando en coplas» (que desarrollaremos en el siguiente epígrafe) y ahí va la tercera palabra del título de esta semana.
Coplas
La canción popular se fijó en el personaje y sus artes y María Manuela tuvo su copla (aunque el título –Eugenia de Montijo– se refería a su hija más conocida) que Ochaíta, León y Quiroga escribieron para Concha Piquer:
Como quiera que las jóvenes eran guapas y de buena posición, pretendientes no les faltaban, pero su madre tenía otros planes.
Como vemos doña María Manuela tenía no solo el Grado de Casamentera si no también el Máster Internacional en Casamientos y «encaminaba» a sus hijas a lo más alto. Tómese nota también su dominio del lenguaje del abanico, mientras abría y cerraba el abanico, les estaba diciendo a los pretendientes «No», sin necesidad de pronunciar una sola palabra.
Resta por comprobar los resultados de sus desvelos, que fueron tal y como se planificaron y vio como sus hijas se convertían, por matrimonio, en Duquesa de Alba y Emperatriz de Francia:
Este aspecto de la vida palaciega -los casamientos y las casamenteras- trae a mi mente otra canción, «Matchmaker«, del musical The Fiddler on the roof, porque las casamenteras no estaban solo en los palacios:
Imagen destacada: Salones del palacio de la baronesa de Janzé (Paris) La Ilustración Española y Americana 08/06/1898.
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