«¡No sin mi hijo!», sobre la integración de los niños en la vida social de los padres es la revisión de una entrada que, con el título: «¡No sin mi hijo!», sobre niños y vida social de los padres, publiqué en Protocol Bloggers Point el 4 de noviembre de 2015.
Toda entrada tiene su historia y la de esta hay que buscarla a principios del siglo XXI, en 2003. En ese año tuve que hacer un proyecto fin de estudios (equivalente a un TFG o PFG) de la Titulación Superior en Protocolo y Relaciones Institucionales, entonces título propio de la Universidad Miguel Hernández de Elche impartido por la Escuela Internacional de Protocolo de Madrid. El proyecto se tituló: “Manual de Buenos Modales para Niños (dirigido a los padres)” . Este trabajo fue el mejor proyecto fin de carrera de la promoción 2000-2003 y la OICP (Organización Internacional de Ceremonial y Protocolo) le concedió el VI Premio Internacional a la Investigación en Protocolo y Disciplinas Auxiliares.
En él hay un capítulo, el 4, que habla de la presencia de los niños junto a los padres, en determinadas “Ocasiones Especiales”, que compartiré con ustedes en dos entregas a lo largo de este verano. Pero antes de seguir recordemos que en esto de la educación social los niños copian el comportamiento de los padres, como nos recordaba el viernes el refranero.
Los niños y la vida social de los padres ¿integración parcial o total?
Una de las cosas más complicadas de tener hijos es intentar integrarlos en la vida social de los padres. Muchos padres se dan cuenta de que sus horizontes sociales se contraen de forma considerable con la llegada de sus retoños, e insisten en integrarlos en su vida social y, claro está, en la de sus amigos, conocidos y extraños. ¿Una cena de aniversario de tus amigos en un restaurante de moda?, ¿me lo llevo al preestreno de esa película que tanto me gusta (a mí)?, ¿esa boda de conocidos a los que no veo desde hace tiempo en la que la que la etiqueta requerida es chaqué? ¿un viaje a Euro Disney con un bebé de un año y medio? etc., etc., etc. Ejemplos tenemos todos (los que no tenemos hijos, seguro que muchos más).
Partimos de una premisa: si los padres quieren pasar mucho tiempo con sus hijos, la mayoría del tiempo tendrán que hacer cosas de niños, sin olvidar que ellos también tienen una vida, por lo que hablaríamos de una integración parcial. Por otro lado están los que llevan a sus hijos a todo y hasta altas horas de la madrugada, lo que puede entenderse como intento de integración total. Y digo intento, porque lo habitual es la integración parcial.
La integración parcial tiene su aquel, porque no todos tenemos la misma vara de medir ni los mismos criterios para seleccionar los actos a los que se puede ir con niños. Surgen así unos dilemas existenciales sobre esos actos en que los niños podrían ser aceptados, aun no siendo los más adecuados para ellos y aquellos actos en los que la presencia infantil no sería muy bienvenida por el resto de invitados. No nos engañemos, hay padres que creen que sus hijos son tan excepcionales que son capaces de llevarlos a un concierto de tres horas, del que habrán salido por piernas a los tres minutos porque ¿qué hace un niño de tres años en una representación (al aire libre) de Aida? ¡arruinarle el concierto al aficionado! porque el niño lo que realmente quiere es cantar el Gallito Bartolito en la Granja de Zenón.
Por otro lado, los padres deberían tener en cuenta que, al llevar a sus hijos a un lugar donde no van a ser bien recibidos, los ponen en una posición incómoda ya que puede ser duro para ellos comportarse de acuerdo con el standard del evento. Pensemos por ejemplo en el típico acto que los padres no se quieren perder, una fiesta de verano, por la noche, solo adultos (aspecto que se ha mencionado en la invitación) pero que «como no tengo a nadie a quien dejarle a los niños, me los he traído«. Una muestra de integración a la fuerza a un evento al que es voluntario asistir.
En un supuesto como el que acabo de mencionar (doy fe porque lo he vivido) es mejor que no hacerle una faena al niño, tampoco a los anfitriones, pero sobre todo a los otros invitados, que han acudido allí sin sus hijos porque quieren disfrutar de un momento con otros adultos. Los padres deberían evaluar la situación y considerar como una opción dejar al niño en casa al cuidado de uno de los progenitores, o que ambos renuncien a ir al evento (poniendo los intereses del niño por delante de los suyos propios). En todo caso no convendría acudir al acto si:
- El asistir al mismo le obligará a estar despierto pasada su hora de ir a la cama.
- No habrá otros niños allí.
- Se aburrirá.
- Obligarás a los invitados a estar pendientes todo el rato de tu hijo.
Los padres deben recordar que su hijo es un niño y que lo que más le gusta es hacer cosas de niños.
¿Me llevas al cine o te llevo al cine?
Una de mis amigas llevó a su sobrinas al cine, iban a ver una película de niños, en horario de niños. Para una de ellas era la primera vez, de hecho la niña le había insistido en que la llevase con un «Me llevas al cine, porfi, porfi«. Nada más sentarse en su butaca «la novata» recibió unas indicaciones de «la veterana»: «Ahora se apagan las luces, se queda todo oscuro, nos callamos todos y en esa pantalla salen unos señores muy grandes dando voces. No te asustes que no te hacen nada«. Ni que decir tiene que la novata ante esa perspectiva se echó a llorar y ahí acabó su primera aventura cinematográfica (iban a ver «La Bella y la Bestia»).
Hay otras veces en las que los padres llevan al cine a los niños porque piensan que les va a gustar la película, porque a ellos les gustó en el pasado. Otros se fijan solo en el título y piensan que al niño le va a gustar. Cuando estrenaron «El Laberinto del Fauno» a mi lado se sentó una pareja con un niño de unos 6-7 años. Creo que tardó 5 minutos la criatura en comprender que aquello no era para él, cosa que los demás ya sabíamos mientras hacíamos cola para la entrada, pero sus padres no percibieron hasta llevar casi una hora dentro de la sala.
¿Qué hacer para que no molesten a los demás durante la representación? porque ¿quién no tiene la experiencia de una película arruinada por las carreras arriba y abajo del pasillo, los cuchicheos, masticar de forma ruidosa, risa excesivamente alta, susurros interminables, o cualquier tipo de ruido del catálogo infantil?.
Se pueden dar unos consejos:
- Elegir una película adecuada a la edad del niño, a su nivel de madurez e intereses, porque si se aburre estamos perdidos. Cuanto más pequeño sea el niño, mejor lo pasará en obras cortas y con mucha acción, en las que niños como ellos son el público dominante. Y a horas adecuadas para que ellos puedan asistir.
- Si es la primera vez que van, conviene describirles el evento al que van a asistir con la antelación suficiente.
- Ser puntual. Los niños están mucho más nerviosos si llegan a un sitio con el tiempo justo, con las luces apagándose, etc., si se llega demasiado pronto, pasa lo mismo. Lo mejor es llegar con tiempo suficiente para ir al baño, comprar algunas chucherías y dar una vuelta por la antesala, de esa forma los niños se van acostumbrando al lugar.
- Vestir al niño con ropa cómoda.
- Hay que enseñarles a sentarse y permanecer quietos. Los pies en el suelo (no debajo del trasero o dando patadas al asiento delantero); si no tiene la altura suficiente siempre hay asientos auxiliares acoplables a la butaca. No moverse constantemente, dando la vuelta para ver a los que están situados en las filas traseras, o colgarse del asiento delantero, impidiendo la comodidad de quien se sienta delante.
- A veces será necesario separar a los hermanos o amigos.
- Si hay una emergencia – ir al baño – debe pedirlo en voz baja, pero en la medida de lo posible convendría esperar a la finalización de la película. De no ser así, hay que salir sin molestar y sentarse con rapidez al volver.
- Guardar silencio. El silencio debe guardarse con el máximo rigor en los cines, teatros, salas de ópera o concierto. Estar en silencio significa no hablar o cuchichear durante el pase de la película, ni hacerle señas a conocidos que están sentados en la otra punta de la sala. Si se trata de una película de cine que ya hemos visto, está muy mal ir contándola a medida que transcurre la acción.
- Durante el espectáculo no deben comerse cosas que puedan hacer ruido, y no ensuciar las butacas ni el suelo con cáscaras, botellas, bolsas, envoltorios, etc.. Al finalizar deberemos depositar los restos en la papelera más cercana.
Salir por piernas si es necesario: es la única opción posible si el niño no muestra interés, está molestando, etc.. Hay que pensar que el niño no solo le está arruinando la película a sus padres, si no a todos los que tiene alrededor.
Ceremonias religiosas: silencio y recogimiento
Cuando asistimos a una ceremonia religiosa, hay que describirle a los niños con la mayor precisión posible el evento al que van a asistir y qué es lo que se espera de ellos en ese lugar. Cuando se atiende un servicio de una confesión religiosa que no es la propia hay que informarse muy bien antes y preparar al niño para la novedad. Seguro que disfrutará más si sabe lo que se va a encontrar y los otros apreciarán su interés. Hay que pensar que los niños se sienten intimidados por la solemnidad de los espacios en los que se celebran las ceremonias y la actitud de silencio y recogimiento que mantienen los allí presentes.
Como en el epígrafe anterior, se pueden dar unos consejos:
- No necesita participar en los ritos sagrados de un credo diferente del suyo, pero puede escuchar, sentarse, etc. con el resto del grupo.
- Hay que ponerse en el lugar de los fieles con los que vamos a compartir el espacio y que necesitan concentración para sus oraciones o su reflexión.
- Llevar alguna distracción. Algunos lugares de culto, al igual que algunos restaurantes, sorprenden a los niños con lápices de colores y algunas hojas para dibujar o colorear, así entretienen a los niños y no molestan a los vecinos. Los libros siempre son una buena idea.
- No se llevan aparatos de música, juegos electrónicos o teléfonos móviles (esto ni los mayores).
- Dentro de un lugar de culto no se come ni se bebe. Si el niño tiene hambre o sed (lo que en este supuesto equivale a aburrimiento) lo mejor es salir del recinto.
- Una buena suela de goma sobre un suelo de cerámica, o piedra, apenas se nota; otro tipo de zapatos pueden transformar una ceremonia religiosa en una exhibición de claqué.
Estar preparado para salir por piernas: si llevas a un niño pequeño, no se puede contar con estar presente durante todo el acto religioso. Harás bien en sentarte junto a la puerta o al menos tener controlada la distancia que te separa de ella. Cuando el niño deje de hablar en voz baja, y comience a elevar el tono de voz, moviéndose de un lado a otro sin parar, ha llegado el momento de salir del recinto.
No es complicado integrar de forma gradual a los niños en algunos aspectos de la vida social de los padres, siempre que se hagan cosas de niños y con otros niños; intentar una integración total no es lo más aconsejable porque siempre hay que tener en cuenta a terceros ajenos al núcleo familiar a quien puede no gustarles la presencia infantil. Desde la perspectiva de quien no los tiene, creo que tener hijos supone estar dispuesto a renunciar a determinadas cosas o a sacrificar determinados aspectos de la vida adulta durante un periodo largo de tiempo.
Los niños y la vida social de los padres no son incompatibles, hay que buscar la actividad adecuada e integrar al niño en la misma de forma gradual, teniendo en cuenta a los terceros ajenos al núcleo familiar (anfitrión y otros invitados) a quienes puede no gustarles la presencia infantil en un acto o lugar en el que no se espera la presencia de niños.
Una máxima: ante el menor conflicto, retirada. En actividades en las que no es recomendable la presencia de niños los padres deberían ser consecuentes y asistir sin llevar al niño, o excusar su asistencia.
Fuente del texto: Gómez Requejo, M. «Protocolo para niños, manual para padres» 2003. Trabajo completo registrado en el Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Fuente de la imagen: Pixabay. Imagen de Neven Divkovic