Fama, gloria, dignitas y existimatio eran la base para intentar conseguir la auctoritas en la República Romana. Obtener el respeto de la opinión pública era el objetivo de los patricios que querían estar en los órganos de gobierno de la antigua Roma y una vez llegados allí la perduratio, se convertía en el objetivo fundamental. Seguir en la memoria de sus conciudadanos, dejar un legado perdurable que le hiciese digno de tal honor para no morir del todo era la meta del político que de esta forma honraba la memoria de los que le precedieron.
Perduratio: la fama pasa a la posteridad escrita en piedra
Las estelas funerarias contenían inscripciones honoríficas que eran un resumen del curriculum público del finado, señalando sus logros más significativos, aquellos que le daban la fama debían quedar para la posteridad (perduratio), y quedaron, más de dos mil años después ahí están escritos en piedra recordándonos a aquellas personas y lo que hicieron.
Damnatio memoriae: la muerte definitiva, no hay perduratio para los malos
El deseo de pasar a la posteridad siempre ha estado en la mente de quien ocupa un cargo público destacado. Mejor que te recuerden, que ser condenado al olvido y ver que tu nombre, efigie o estatua desaparezcan, algo que hacían las civilizaciones antiguas, pero basta echar un vistazo a la prensa con un poco de perspectiva y ya vemos lo que hacen las modernas.
Mientras perdurases en la memoria, aunque muerto, estabas vivo. Pero los romanos tenían una fórmula para eliminar de los anales de la Historia a quien consideraban no debía estar allí, la damnatio memoriae (hoy quitamos los nombres de las calles, tiramos estatuas, desmontamos monumentos, pero es más difícil que los antiguos «desaparezcan» sin dejar rastro). La damnatio suponía la muerte definitiva, pues el finado desaparecía de los objetos perdurables que dejaban rastro de su paso por este mundo. Era la condena al olvido.
Servir de ejemplo: fama y dignitas al servicio de la perduratio de la estirpe
La meta del político romano -y la de cualquier político que se precie- era servir de ejemplo a las futuras generaciones, pasar a la Historia porque esa fama, gloria, dignitas y existimatio no solo se quedaban en la piedra de la estela funeraria, sino que pasaban a formar parte del patrimonio inmaterial de la estirpe. El prestigio de la familia era como un edificio que se iba asentando en los logros de los individuos de las distintas generaciones de la estirpe, y servía, además para legitimar las aspiraciones políticas de la prole.
Celebrando la muerte: la gloria necesita de la ceremonia y el protocolo
Los logros familiares eran muy importantes, pero los propios eran los que servían de ejemplo a los conciudadanos, pasaban a la lápida y traían la ansiada gloria, para ello se necesitaba una gran ceremonia, un gran evento en dos actos que celebrase la muerte y el poder que el muerto depositaba en la familia, cimentando su fama. Esos dos actos eran la pompa y la laudatio, la desfile y el ensalzamiento de la figura del finado.
En el libro: Ceremoniales, ritos y representación del poder, editado por la Universitat Jaume I, Pina Polo hace un resumen de ese ceremonial, que solo voy a mencionar por el criterio -muy actual- de protocolo utilizado para la ordenación de los ascendientes de la familia. El primer acto de esa ceremonia consistía en un desfile en el que personajes vestidos con la vestimenta propia del rango y la máscara del personaje de la familia a quien representaban, acompañaban al cadáver hasta el Foro, en cuya tribuna de oradores terminaba.
El desfile lo abría la persona que representaba al fundador de la estirpe y por orden descendente iban apareciendo los miembros de las distintas generaciones que previamente habían ocupado las más altas posiciones del gobierno romano y obtenido la extimatio de sus coetáneos, siendo identificables por su ropa y las máscaras que reproducían fielmente su rostro. En último lugar, el difunto.
Cuando el desfile llegaba a la tribuna de oradores del foro, todos esos personajes que representaban a los miembros destacados de la estirpe que iba a despedir a uno de los suyos, ocupaban sus asientos, y lo hacían por un criterio que seguimos usando hoy en día: la antigüedad.
El segundo acto de esta ceremonia tenía lugar cuando se pronunciaba la laudatio (el discurso fúnebre), el elogio funerario que comenzaba haciendo una enumeración exhaustiva de los logros del difunto (quien se hallaba de cuerpo presente y erguido junto al orador) para, a continuación, ir haciendo la cronología de los ancestros de más antiguo a más moderno -otra vez el criterio de antigüedad- de quienes se iban mencionando sucintamente sus logros.
La muerte y sus ceremonias, propaganda, espectáculo, representación: «un auténtico teatro de la memoria en el que se entremezclaban actores y personajes reales, vivos y muertos (…) con un evidente carácter pedagógico, desde el momento en que los antepasados (…) eran exhibidos en la pomba (…) y elogiados en la laudatio, eran ejemplos de conducta para todo el pueblo romano» (Pina Polo, Ceremoniales, ritos y representación del poder, pg. 171). Una puesta en escena en la que el protocolo jugaba un papel muy importante
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