El Palacio del Senado guarda entre sus paredes cuadros maravillosos que recogen momentos en los que está presente el protocolo y ceremonial, y también la urbanidad y buenos modales. Uno de ellos es Educación del príncipe don Juan, de Salvador Martínez Cubells (1877), y es el que voy a comentar aquí.
Para contextualizar un poco el tema hay que recordar que los Reyes Católicos dieron un impulso muy importante a la labor educativa. Durante este periodo de la Historia se aprecia un interés por las buenas maneras, la cortesía, el ceremonial y la precedencia. La tarea educativa de los infantes, pajes y donceles, la llevó a cabo un cuerpo de preceptores, entre los que se encontraban eclesiásticos, caballeros y letrados; desarrollando una literatura de carácter pedagógico destinada a la educación de estos niños. Entre esos libros figura el Libro de la Cámara Real del Príncipe don Juan e oficios de su casa, de Gonzalo Fernández de Oviedo.
Cada una de las etapas de formación de un príncipe requería de un personal especializado y adecuado cuya selección era muy importante. Así las amas se encargaban de proporcionar al futuro rey los cuidados corporales que necesitaba en sus primeros años. Los ayos intervenían en la segunda etapa de la educación del príncipe, que duraba hasta los 14 años aproximadamente, y que eran elegidos entre infanzones u hombres de buena crianza bajo cuya tutela, según destaca Regina Pérez Marcos en La Educación del Príncipe, “crecía el infante alejado de los continuos viajes y de la inseguridad del mundo itinerante característico de la Corte medieval castellana”. Entre estos personajes –y siguiendo a la misma autora- estaban los preceptores que eran los máximos responsables de la instrucción intelectual del príncipe. Elegidos entre “los sabios más insignes e incorruptos, y tenía(n) que estar siempre alerta brillando por sus dotes de mando, por su sabiduría, por su moderación, por su justicia, por su previsión, templanza, integridad y celo por el bien público, ya que la salvación del Estado y de la sociedad son una cuestión de moral individual y de educación intelectual”
Y un suceso que entra dentro del ámbito de las enseñanzas de los preceptores del siglo XV es el que detalla este cuadro del siglo XIX, acontecimiento que aparece prolijamente detallado en el Libro de la Cámara Real del Príncipe don Juan e oficios de su casa, de Gonzalo Fernández de Oviedo, cuya lectura recomiendo (especialmente a los seguidores de la serie Isabel).
Según cuenta Fernández de Oviedo el príncipe era un poco tacaño (guardaba con celo su ropa aunque no la usase, sin distribuirla entre los criados y personal a su servicio como era costumbre). Este comentario llegó a oídos de la reina, quien tomó las medidas oportunas para inculcarle a su hijo la virtud de la generosidad. Dio instrucciones al camarero de su hijo el príncipe, para que en el día de su cumpleaños trajeran ante ella toda la ropa del mismo “e traedlo todo asentado en un memorial duplicado y escrito con buena letra”. Ese día la reina actuó como madre enseñando urbanidad a su hijo (recordemos que estas enseñanzas las aprendemos en casa), y –siempre según Fernández de Oviedo- le dijo lo siguiente: “Hijo (…) los Príncipes no han de ser ropavejeros, ni tener las arcas de Cámara llenas de vestidos de sus personas: de aquí adelante, tal día como hoy, cada año, quiero que delante de mí repartáis todo eso por vuestros criados e los que os sirven e aquellos a quien quisiéreis hacer merced. Tomad esta Memoria, e el vuestro escribano de Cámara que ahí está (…) tiene otra tal en la mano, e como fuéreis leyendo (…) vaya el esribano escribiendo a quién mandáis (…) que se de la ropa”. Este es el momento que el cuadro ha congelado para siempre.
Vemos al criado que saca la pieza de ropa de un arca,
al príncipe consultando su Memoria,
al escribano tomando nota,
todo ello bajo la atenta mirada de su madre y personajes de la Corte.
Si seguimos leyendo a Fernández de Oviedo, la lección de urbanidad de la reina fue un paso más allá, indicando a su hijo que distribuyese la ropa y se olvidase, tanto de qué como de a quién le dio algo; que no utilizase esa generosidad para echarle en cara nada a nadie, ni para exigir nada a nadie, esta parte no hay cuadro que pueda retratarla, pero si tenemos las palabras que Fernández de Oviedo pone en boca de la reina: “(…) nunca se lo zahiráis ni hableis después de ello, ni se os acuerde cosa que diéreis (…)”
No se os olvide nunca indagar la vida que se esconde tras los cuadros.
FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G., Libro de la Cámara Real del príncipe don Juan, ed. Santiago Fabregat Barrios, publicaciones de la Universidad de Valencia, 2006
PÉREZ MARCOS, R., La educación del príncipe, en ESCUDERO, J. A., ed., El Rey. Historia de la Monarquía vol. I. Barcelona, Planeta, 2008
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