Diputados y Senadores han hecho mutis por el foro, como señala María de la Serna en su blog, se han ido a casa y ahora toca volver a ganarse el escaño. Como en este blog nos gusta el pasado vamos a viajar a mediados del XIX a ver cómo veían los españoles a estas personas de alta calidad y dignidad, a los que hoy día elegimos de forma democrática para representarnos en las cámaras legislativas.
Un libro de mediados del XIX ha caído en mis manos: «Los españoles pintados por sí mismos» en el que varios autores retratan a distintos personajes con bastante ironía y su punto de gracia (o como algún autor señala a lo largo del texto un » tono punzante y festivo» y también «mesurado y decoroso»), en el que -sin querer- he visto algo de paralelismo con la situación actual.
Lean y juzguen.
El diputado y sus disputas
Al diputado, o los diputados, le dedica un apartado A. Ferrer del Río :
«[…] el lustre del desinterés, el brillo de la tolerancia, el esplendor de la libertad, el esmalte de la grandeza y la fulgidez de la ventura. Así alternan en perpetuo contraste para la gente española fantásticas ilusiones y fúnebres desengaños; orla hoy sus sienes con la aureola del triunfo quien ayer gemía entre el polvo de la derrota: acaso mañana sucumba de nuevo y proclamen las cien lenguas de la fama al que yace envuelto en el sudario del olvido.
Así giramos con vertiginoso afán y crónica demencia en el eterno círculo de nuestras desventuras sin fe que nos sustente, ni esperanza que nos guíe, ni caridad que nos socorra, ni prudencia para prevenir el riesgo, ni justicia para administrar al adversario, ni fortaleza para dirimir antiguos rencores, ni templanza para contrarrestar la soberbia que nos inspira la fortuna cuando con faz benévola nos acoge y a que abusemos de la victoria nos induce. (…)
Mucha semejanza se advierte entre las maniobras de los ejércitos y las operaciones de las asambleas. Diputados de la oposición y Diputados ministeriales forman dos campos enemigos: defienden unos y atacan otros al banco del ministerio, almenado castillo cuya posesión anhelan todos. En el salón de columnas se rompe el fuego de guerrillas; dentro del Congreso hay cotidianos choques y escaramuzas, no son tan frecuentes las batallas campales. Si el ministerio presenta un proyecto de ley, y la comisión encargada de su examen lo apoya, esta equivale al lienzo exterior de la fortaleza; si lo impugna , se transforma en la batería avanzada que arroja contra el baluarte toda especie de proyectiles»
Párrafos cita literal de: A. Ferrer del Río «El diputado», en «Los españoles pintados por sí mismos», 1851, Madrid, Gaspar y Roig.
El senador: prestigio y dignidad
El puesto de senador siempre ha sido reconocido por su prestigio y la alta dignidad que confiere a quien lo ostenta, veamos si es así para J. M. Díaz, quien lo retrata con palabras como estas:
«(…) alto respeto que merece una dignidad que después del trono, del gobierno, de los ayuntamientos, del Congreso de Diputados, de la revolución y del pueblo (recuerde el lector que el libro es de mediados del XIX) ocupa el lugar más distinguido en la escala de las categorías políticas (…)
Otro senado tenemos nosotros que puede apostárselas con cualquiera de los anteriores (1); es verdad que no ha dado todavía señales de vida en ninguna ocasión y eso que estas no han faltado, pero él las dará, que todo no ha de ser callar, aunque al buen callar llamen Sancho. El Senado español, que no es Sancho ni puede serlo, porque tiene mucho de discreto y poco de villano, ha de hacer con el tiempo una magnífica ostentación de sus fuerzas, y del maravilloso influjo de su prestigio (…)
El senador se entretiene en referir alguna que otra idea confusamente leída en un periódico, y más confusamente en su memoria conservada, y acaba siempre por indicar que por una casualidad y por intrigas de corte no ocupó la poltrona ministerial«
Párrafos cita literal de: J.M. Díaz «El senador», en «Los españoles pintados por sí mismos», 1851, Madrid, Gaspar y Roig.
Diputados y senadores se van a casa, toca volver y ganarse el escaño a partir del 10-N, por favor: ¡no nos defrauden!.
(1) En la parte omitida del texto habla del Senado en Roma.
El libro referencia de texto e ilustraciones lo pueden consultar en la Biblioteca Digital Hispánica.
5 comentarios
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Me ha gustado mucho
¡Gracias, Elena!
Si, evidente paralelismo, mucho sin y poco sentido. Yo diría que incluso a peor.
Buen artículo
¡Gracias, Rafa!