Marie de Rabutin-Chantal, marquesa de Sévigné vivió en la Francia del XVII, contemporánea de Luis XIV, el rey sol, nieto de nuestro rey Felipe III. La marquesa de Sévigné es famosa por su obra epistolar; las cartas que escribió a su hija recrean la vida cortesana en Versalles y en los textos se habla tanto de la vida en los salones de palacio, como los detalles más nimios de quienes los ocupan (el rey, la reina, los cortesanos y –como no- sus amantes), pero también habla de preocupaciones religiosas y políticas, de su vida más íntima, y sus preocupaciones. Todo ello contado con un lenguaje cultivado no exento de ironía, leyendo esta obra te sientes transportada a los grandes salones de la Francia de Antiguo Régimen, convertida en una especie de Peeping Tom que observa a través de un agujerito todo lo que allí sucede.
He tenido la inmensa suerte de recibir ese libro de Cartas como regalo de una amiga muy querida. Es un libro pequeño, con hojas de biblia y -por su contenido- recuerda al de las Cartas de Lord Chesterfield a su hijo.
Hay muchos aspectos de protocolo en el libro, por supuesto, pero he decidido rescatar uno que va de cargos, ceses y pago por los servicios, a mí me ha recordado bastante a la forma de decir “ahí te quedas” en una empresa de nuestros días, todo sea dicho.
Monsieur Pomponne, diplomático francés, experto negociador con potencias internacionales y secretario de Estado para Asuntos Extranjeros en al época de Luis XIV, es cesado por el rey en noviembre de 1679 (la fecha es exacta porque la carta en la que se menciona el cese es de 22 de noviembre de 1679 y se refiere al mismo como haberse producido el sábado anterior). Ese cese, que ella denomina “caída en desgracia” –recordamos que estamos ante un monarca absoluto cuya frase favorita era “L’Etat c’est moi”-, se le comunicó al interesado por una tercera persona –Monsieur de Colbert– otro secretario de Estado del rey, encargado de finanzas y obras públicas.
En estos asuntos nada agradables del despido pocos son los jefes que dan la cara, mandan en su lugar a un tercero que es el que ha de pasar el mal trago de indicar al despedido la puerta de la calle. Eso si, como toda actividad humana si se hace con buenos modales, mucho mejor y así quien da la orden de despido -ya sea hoy o hace cuatro siglos- siempre asegura que “está muy disgustado por verse obligado a ello” y subraya estar muy contento con el trabajo y “fidelidad” del que va a ser despedido (las palabras en cursiva son las originales del texto). Exactamente igual que ahora: una carta en la que se agradecen los servicios y se desea lo mejor para el futuro.
Pero Pomponne no se quedaba en la calle, recibía un finiquito de “setecientos mil francos” y se le continuaba abonando “su pensión de veinte mil, que tenía como ministro”.
Por la marquesa de Sévigné sabemos que Pomponne fue un buen ministro y que el dinero que recibía del rey tras el despido apenas le llegaba para mantener a sus ocho hijos, aunque en palabras de la marquesa el mencionado “es más capaz que nadie de sostener esta desgracia con valor, resignación y mucho cristianismo”.
Por la Historia sabemos que a Pomponne no le fue tan mal, obtuvo cargos y buenos matrimonios para sus hijos, y el rey volvió a requerir sus servicios. Su historia, contada por la marquesa de Sévigné nos ha recordado que los despidos no son solo cosa de las relaciones laborales de nuestros días, a lo largo de la historia quien manda se rodea de las personas que quiere y cuando alguna le resulta “dispensable” dispone de ella, habitualmente de una forma similar a la que acabamos de ver. Eso si, con mucha, mucha cortesía.
Imágenes: wikipedia.
1 comentario
Pingback: Desde el Anaquel (XLII) Un despido “a la francesa” - Protocol Bloggers Point