El título XIII del Libro III de la Novisima Recopilación contiene una ley dedicada a: “Los trages y vestidos; y uso de muebles y alhajas”. Este título contiene una normativa curiosísima – a los ojos de una #protocolera del siglo XXI- y muy detallada sobre el atuendo, por lo que seguramente volveré sobre él en algún post futuro.
Empecemos con la primera –“Orden y arreglo general que ha de observarse en los trages y vestidos por toda clase de personas” – que contiene 21 párrafos con otras tantas normas, desde Carlos I a Felipe IV, sobre el particular.
A modo de justificación en el primer párrafo, lo que hoy llamamos exposición de motivos, señala que las normas que regulan el atuendo nacieron con la intención de remediar “el abuso y desórden de los trages y vestidos (…) porque han ofendido y ofenden las buenas costumbres …”.
Los reyes del Siglo de Oro, empeñados en demostrar que daban gran importancia al “mayor bien de [sus] súbditos y vasallos”, ordenan y mandan que: “en los trages y vestidos de cualquier calidad que sean, y se han de hacer y traer por qualesqueira personas de qualesquier estado y calidad y preeminencia que sean (…) sean osados de traer ni vestir brocado ni tela de oro ni plata tirada
Ni de hilo de oro ni plata, ni seda alguna que lleve ni oro ni plata
Ni cordon ni pespunte, ni pasamanos ni otra cosa alguna de ellos
Ni bordado ni recamado
Ni escarcheo de oro o plata fino o falso o de perlas, o aljófar de piedras
Ni guarnición alguna de abalorio de seda ni cosa hecha en bastidor
¿Por qué tenemos tanto cuadro de todo lo contrario?, porque las leyes no se tomaron muy en serio y además porque se exceptuaban de la prohibición “nuestras Personas Reales y nuestros hijos” (estarán conmigo en que a esto toda la vida se ha denominado «predicar con el ejemplo»). Y hablando de predicación, a la que tanto se le debía, se añade esta coletilla final “que esta prohibición, ni otra alguna de las contenidas en esta nuestra ley, se entienda en lo que se hiciere para el servicio del culto divino, porque para el se podrá hacer todo lo que convenga sin limitación alguna”. Ante esto solo quedaría exclamar: ¡olé!.
Cuadros de Juan Pantoja de la Cruz y Alonso Cano