Hoy se cumplen 80 años del regreso a España de la Dama de Elche y este año, el 4 de agosto, se cumplirán los 124 de su hallazgo en la loma de La Alcudia, en Elche. ¿De dónde venía? del Museo del Louvre, en París, ciudad a la que había llegado en septiembre de 1897 previo pago a su propietario –el doctor Manuel Campello- de la suma de 4.000 francos de la época. Su vuelta a España tampoco salió gratis, fue fruto de un intercambio con los franceses, a los que se «contentó» con: un Velázquez, un Greco y otros objetos históricos.
Cuando mencionamos a la Dama de Elche es muy raro que haya alguien que no sepa describirla al menos el detalle de su tocado –esas dos grandes “ruedas” a ambos lados de la cabeza- ya que su imagen ha aparecido en billetes, monedas y sellos. Muchos hay que han podido contemplarla en el MAN y han salido de allí admirando su extraordinaria belleza.
En este blog ya saben que estamos siempre navegando en el pasado y allí encontramos la noticia que, de su descubrimiento, hacía La Ilustración Española y Americana de 30 de agosto de 1897. La crónica del este importantísimo hallazgo se hacía con los detalles que facilitaba al medio “el distinguido archivero-bibliotecario D. Pedro de Ibarra” y La Ilustración se limitaba a transcribirlos. Acompañaba a esta noticia una fotografía de la pieza hecha por el propio D. Pedro Ibarra, que incluimos como imagen destacada de esta entrada.
En agosto de 1897 la dama era un caballero y además un dios
Acababan de descubrir la pieza y se daban algunos datos que luego el tiempo y la investigación han ido precisando (o mejor dicho corrigiendo). El primero que se menciona es que se trata de un busto “greco-romano” (aunque los franceses lo tenían claro desde el principio, era una pieza maestra de los iberos).
Otro detalle llamativo es el de su sexo: un varón, en concreto el dios Apolo y el hueco de la parte posterior del busto, un tornavoz en el que el sacerdote “daba enigmáticas respuestas a los que consultaban el oráculo”. Todos estos datos los facilitaba D. Pedro Ibarra en su resumen y no dejan de ser llamativos para quien los lee 124 años más tarde:
“Representa la imagen de un varón de facciones correctísimas y en todo el desarrollo de su juventud. Cubre su cabeza extraño tocado, compuesto de un artístico carrito, cuyas dos ruedas, trabajadas con admirable maestría, están colocadas a ambos lados de la cabeza, de modo que el eje que aparentemente las une pasa por la línea que forman los oídos del mancebo.
En la frente ostenta triple cinta de cascabeles, superpuestos a una venda roja que ciñe la cabeza, y en la parte más alta del tocado se ve un bonete puntiagudo, que bien puede ser una tiara o el respaldar del carrito por la forma típica de estos vehículos entre los romanos, descollando sobre esta extremidad superior del tocado un disco perfectamente circular, que conserva todavía el color rojo de su encarnación. Las ruedas están sostenidas por unos tirantes, sujetos con pasadores al disco exterior de las mismas y apoyados en la parte superior del cráneo.
Entre las ruedas y los lados de la cabeza se ve un caprichoso adorno ondulante, que bien pueden ser los costados laterales del carrito, pendiendo de estos dos artísticos flecos emborlados, que dan al conjunto elegancia suma. El pecho del mancebo está adornado por un triple collar de limpia y maravillosa factura. El primer cordón del mismo, formado por granos rayados, tiene un colgante en el centro en forma de jarro de doble asa. El segundo cordón, de iguales granos, ostenta seis jarritos de igual dibujo que el precitado, si bien más pequeños. El tercero, aunque es de igual dibujo el cordón, ofrece la variedad en sus colgantes de estar fastuosamente enriquecido con hermosos medallones circulares de igual forma que el característico ovario arquitectónico. Por último, artístico manto marquea el busto, que viste, por debajo del collar, ceñida túnica.
El Sr. Ibarra entiende que se trata de un busto de Apolo, y que su original tocado significa el emblema del carro del Sol, en el que el dios guiaba los caballos de la Aurora; y habiendo notado que este busto, en la parte posterior, tiene una oquedad abierta en la misma figura de 18 centímetros de diámetro y 16 de profundidad, cree que aquel hueco servía de resonante tornavoz al sacerdote que, cubierto tras denso velo, daba enigmáticas respuestas a los que consultaban el oráculo”.
La descripción es correctísima, las afirmaciones no tanto. No obstante, el minucioso detalle que se da de la pieza puede ayudarnos a visualizarla incluso no teniéndola delante y a captar detalles, que no habíamos apreciado antes, cuando tengamos la oportunidad de volver a verla.
Fuente del texto y la imagen destacada: La Ilustración Española y Americana de 30 de agosto de 1897, digitalizada por la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.