Seguimos con los Austrias y los ceremoniales entorno a la muerte de un rey de esa dinastía en el Siglo de Oro español.
Una vez se produce el fallecimiento del rey es el momento de comenzar a rezar por su alma y es que, como señala Martínez Gil (2000), la “Eucaristía es lo que más aprovecha a la persona por quien se dice, y por añadidura puede reportar en beneficio de las demás almas”. Si hay muchos rezando por uno, seguro que algún bien le reporta, y estos muchos, eran realmente muchos, porque –por mandato real- todas las ciudades de todos los territorios de la monarquía, estaban obligadas a “solemnizar su paso a la vida eterna”, como nos recuerda Denise León (2010).
Los tres días que el cadáver estaba expuesto se rezaban en las siete capillas que rodeaban su cuerpo presente en el Salón Dorado; se rezaba también en la capilla real y todas las iglesias de Madrid todo tipo de misas: misas cantadas, “vigilias, responsos y misas rezadas por la mañana y vísperas de difuntos por la tarde” (Varela, 1990); a mayor número de misas y mayor número de fieles rezando, mayores indulgencias ganaría el finado y menor tiempo en el purgatorio.
El rey no estaba en el infierno, probablemente no habría ido más allá del purgatorio. Recordemos que se había confesado, había recibido el viático y la extremaunción, había muerto en gracia, pero algún “pecadillo” tendría, así que la primera parada de su alma era el purgatorio, el lugar más poblado, “destinado a los que tenían que purificarse de los pecado veniales y de los pecados confesados, a la mayor parte de la humanidad que no merecía ir directamente a cielo / infierno” (Martínez Gil, 2000).
En realidad nadie sabía, ni sabe, cuánto tiempo pasa un alma en el purgatorio, se supone que tres días, que fueron los que tardó Jesús en resucitar, por eso en esos tres días se celebraban tantas misas, para que el tránsito se hiciese en el menor tiempo posible.
Pero también se rezaba una vez el cuerpo salía hacia el Escorial: se rezaba el responso y durante el camino se iba rezando, se paraba en todas las iglesias del trayecto y en todas ellas se rezaba un responso.
Y misas se decían al llegar a El Escorial, porque no olvidemos que el panteón de los Habsburgo españoles, nació como “gran templo de adoración perpetua, máquina en constante movimiento a fuerza de las ininterrumpidas misas y oraciones de los jerónimos, el monasterio proclamaba la necesidad y eficacia de la intercesión por los –reyes- difuntos” (Martínez Gil, 2000). Los rezos por sus almas estaban garantizados, recordemos que el propio Felipe II dispuso en testamento que en El Escorial hubiese siempre dos monjes rezando de forma ininterrumpida por el alma de los reyes que allí descansaban y descansan.
Que el alma del rey estuviese en la gloria eterna era importante para los súbditos, que veían su propia salvación si imitaban el modelo que tenían ante sus ojos.
Pero no acababan aquí las misas ya que, una vez enterrado el rey, y durante nueve días, se celebraba el novenario, 9 días en los que se seguían celebrando misas; y así hasta llegar al momento de las honras, en el que hay que destacar tres misas: la de vísperas, la tarde del día anterior al funeral solemne; la de la Virgen, en la mañana y a continuación las honras.
La importancia que se daba a estas ceremonias religiosas era tal, que se incluían en los testamentos y, por hacernos una idea, fueron de las diez mil de los Reyes Católicos, a las cien mil por Felipe IV, pasando por las treinta mil de su abuelo Felipe II.
No olvidemos que, como nos recuerda Martínez Gil (2000) “Un lujoso entierro y montañas de sufragios proporcionaban (…) una mayor seguridad de cara a la salvación».
¿Qué tipo de misa se celebraba entonces? la misa tridentina, según lo prescrito en el Misal Romano publicado en 1570, cuya uniformidad se consiguió mediante la bula Quo Primum Tempore, promulgada en ese año por Pio V:
«Nos hemos ordenado que (…) observen lo que les ha sido transmitido por la Iglesia Romana, Madre y Maestra de todas las otras Iglesias y para que en adelante y para el tiempo futuro perpetuamente, en todas las iglesias, patriarcales, catedrales, colegiatas, y parroquiales, de todas las provincias de la cristiandad, seculares o de no importa qué Ordenes Monásticas, tanto de hombres como de mujeres, aún Ordenes Militares regulares y en las iglesias y capillas sin cargo de almas, en las cuales la celebración de la Misa conventual en voz alta con el coro, o en voz baja siguiendo el rito de la Iglesia Romana es costumbre u obligación, no se canten o no se reciten otras fórmulas que aquellas conformes al Misal que Nos hemos publicado».
Fuentes:
LEÓN PÉREZ, D. (2010): Las exequias reales en Madrid durante el primer tercio del siglo XVIII: corte y villa. León. Área de publicaciones de la Universidad de León.
MARTÍNEZ GIL, F. (2000): Muerte y sociedad en la España de los Austrias. Cuenca. Servicio de publicaciones de la Universidad de Castilla la Mancha
VARELA, J. (1990): La muerte del rey. El ceremonial funerario de la monarquía española (1500-1885). Madrid. Turner.
Cuadro de Hans Baër: captura de pantalla de Catolicus
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