El cadáver del Rey Alfonso XII descansa ya en el Monasterio de El Escorial, es el momento de celebrar el funeral de Estado. El 12 de diciembre de 1885, a las 10 en punto tuvo lugar el solemne funeral que duró cuatro horas. La Ilustración Española y Americana en su número 46 de 1885 y la Gaceta de Madrid nº 347 del día 13 de diciembre, nos dan el detalle completo de aquella ceremonia, destacando en este post la ordenación de los asistentes en el templo.
Comienza el mencionado semanario haciendo una reflexión sobre la idoneidad del lugar elegido para tan importante ceremonia –la iglesia de San Francisco el Grande– y es muy significativo que lo haga, sobre todo para nosotros, los que vemos la vida con ojos de protocolo, porque da fe de la relación entre protocolo, ceremonial e imagen.
En esa época San Francisco el Grande estaba siendo rehabilitado -apreciación en la que discrepa la Gaceta de Madrid, que señala que San Francisco el Grande ha sido “recientemente restaurado”, para reconocer párrafos después que las estatuas de los Apóstoles que flanquean los arcos de las capillas aún no estaban terminadas, por lo que fue necesario colocar «sobre sus pedestales de mármol de los Pirineos se habían colocado candelabros de a 12 luces»- reformas que se habían iniciado en 1879 impulsadas por Cánovas del Castillo y financiadas por el Ministerio de Estado.
Se aprovecharon las obras para decorar su interior, en el que intervinieron artistas como Casado del Alisal o Martínez Cubells, y el proceso se extendió hasta 1889, por lo que en el momento del funeral del monarca el templo tenía “las capillas obstruidas e inutilizadas por los andamiajes, las pilastras sin estatuas y el decorado incompleto”, como señala el periodista de La Ilustración Española y Americana, quien subraya que por el estado en el que se encontraba el templo: “no es posible que haya deslumbrado a los grandes señores venidos de todas las naciones para asistir a aquella ceremonia”, lo que le lleva a opinar que la elección de San Francisco el Grande no fue la más acerada.
Resume la ceremonia la citada publicación con estas palabras: “música buena y muchos uniformes […]; gran número de prelados, los embajadores, y todo el aparato oficial acumulado en una rotonda; un discurso elocuente del prelado de Valladolid; la pompa de la iglesia, las guardias de honor en el túmulo y tribunas, y las tropas rodeando el edificio […] todo ello debió formar un cuadro brillante, si bien menos armónico que el del entierro […]”.
Incluye La Ilustración la papeleta de invitación, que es la siguiente
Como podemos apreciar, la invitación responde a las preguntas esenciales ¿quién?, ¿a quién?, ¿a qué? ¿dónde? ¿cuándo?, incluye la etiqueta y la situación exacta del invitado.
Acceso al templo
El funeral comenzó puntualmente a las diez de la mañana, momento en el que todos los invitados ocupaban sus respectivos asientos. A pesar del gran número de invitados, y de que muchos llegaron al mismo tiempo, el acceso al tempo se produjo sin dilaciones, ya que se había habilitado tres puertas –la principal y dos laterales- para el ingreso en el mismo; además las puertas se habían abierto a las 08.00 horas. En las puertas, quienes accedían al templo, eran recibidos “según su clase y categoría, por el primer introductor de embajadores y algunos funcionarios del Ministerio de Estado” (para quienes piensen que la técnica de abrir varias puertas y situar en la misma a representantes del anfitrión es algo de nuestros días, les recomiendo leer este número de la Ilustración Española y Americana, que es muy ilustrativo).
Túmulo
En el centro de la nave estaba situado el túmulo Real -de dos cuerpos y dos metros de altura- que estaba recubierto con paños de terciopelo negro bordados de oro. A la cabecera del túmulo, sobre un almohadón de terciopelo, se encontraban las insignias de la monarquía y a los lados los mantos de la Órdenes Militares y de Carlos III. Al pié del túmulo más de cien coronas de flores enviadas por los asistentes a la ceremonia, destacando la Gaceta que la corona enviada por la Reina Victoria “tenía una tarjeta con una sentida dedicatoria escrita por la Reina misma”. El túmulo estaba rodeado por una triple hilera de blandones amarillos y cuatro candelabros en los ángulos. Montaban guardia individuos del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, con alabarda ceñida de crespón negro.
Decoración
El altar mayor estaba decorado con un crucifijo y seis grandes candelabros de bronce (traídos de San Jerónimo el Real, según recoge la Gaceta).
A los lados del presbiterio había otros dos candelabros con treinta y seis blandones cada uno.
En la crestería de la rotonda los escudos de las provincias y más de 2.000 luces de cera amarilla.
Las seis capillas simétricas que rodean la nave: grandes cortinones de terciopelo negro y franjas de oro, en el centro de cada uno la corona Real y las siglas A.XII, en letras enlazadas de oro.
Ordenación de los Asistentes al Funeral
Distribución de los invitados en el templo (los interesados en conocer la lista completa de asistentes pueden consultarla en el número 46 de La Ilustración Española y Americana de 1885):
Presbiterio superior
Al lado del Evangelio en sillones: Cardenales; los Arzobispos y Obispos.
Al lado de la Epístola: el clero asistente.
Presbiterio bajo:
Al lado del Evangelio: los príncipes de estirpe regia, quienes tenían a su derecha al Gobierno. Tras el gobierno estaban los miembros de las mesas de Senado y Congreso.
Al lado de la Epístola: los embajadores extraordinarios, presididos por el Nuncio de Su Santidad.
Tribunas laterales instaladas a lo largo de la nave:
Al lado del Evangelio: el cuerpo diplomático, damas de honor, grandes de España, comisiones del Consejo de Estado y de los Tribunales Supremos, autoridades de la provincia y de la capital, Ayuntamiento y Diputación provincial.
Al lado de la Epístola: comisiones del Senado y del Congreso, militares de alta graduación, ex ministros de la Corona, Jefes superiores y altos dignatarios del real Palacio, caballeros del Toisón de Oro y de las Órdenes Militares, títulos de Castilla, comisiones del Ejército.
Tribunas altas (en los huecos de las seis capillas laterales): señoras (80 en cada hueco, según recoge la Gaceta)
En hileras de sillas y banquetas colocadas en la nave (a los dos lados de las filas de preferencia): invitados que no pertenecían al mundo oficial y diplomático, y que no tenían un puesto asignado.
Guardia de honor en las tribunas y en la nave: cuerpo de Alabarderos y escuadrón de la escolta Real, con uniforme de gala.
La Gaceta hace un cálculo de asistentes al acto y da la cifra de unos 3.000 sentados.
Para acomodar a los invitados en sus lugares dice la Gaceta que “se encontraban en las tribunas “seis Oficiales del Ministerio de Estado, soldados de la guardia de Alabarderos y de la Escolta Real, de gala y sin coraza”.
Ceremonia
A las diez en punto comenzó la solemne ceremonia que se inició con la Marcha Real; ofició de pontifical el Obispo de Madrid-Alcalá, tomando asiento los prelados más jóvenes en sitiales situados en los ángulos del túmulo. El Arzobispo de Valladolid pronunció la oración fúnebre.
La parte musical fue organizada y dirigida por Asenjo Barbieri y en ella participaron Gayarre –quién entonó In Paradisum y Liberame Domine– y Verger.
En cuanto a la seguridad, tan importante en un acto de estas características, la Gaceta destaca el orden admirable que reinó durante la ceremonia tanto en la Iglesia como en sus inmediaciones “mereciendo los mayores elogios las medidas al efecto adoptadas por el Alcalde y Gobernador Civil de Madrid”.
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María Gómez nos comenta el funeral de Alfonso XII