La semana pasada asistí a las Jornadas IULCE – Museo del Romanticismo que llevaban por título «De la sociedad de corte a la sociabilidad burguesa», y en las que, de la mano de sus once ponentes nos adentramos en los espacios de sociabilidad del Madrid Romántico. De los salones del Palacio Real a los de los palacios de nobles y alta burguesía, pasando por palcos, iglesias, teatros, cafés, y paseando por calles y plazas, fuimos repasando la vida social del XIX y los cambios políticos y sociales que en ese siglo se produjeron.
La calle espacio abierto de sociabilidad y cortesía
Plazas, jardines, paseos, calles, espacios abiertos para relacionarse y poner en práctica la cortesía, una forma de convivencia en la que se practicaba la contención y el disimulo. Los paseos eran un escaparate, un escenario refinado de usos y costumbres. Salir a pasear para relacionarse, ser cortés al saludar, conversar o galantear. Ver y ser visto.
La ciudad se transforma, se construyen nuevos espacios y otros, propiedad de la corona, se abren al público. Se comienza a valorar el patrimonio como expresión de la identidad colectiva; su conservación, protección, estudio e inventario es un paso necesario en la evolución de la construcción de la imagen de a ciudad.
El salón espacio cerrado para la sociabilidad
Es en el espacio cerrado de los salones donde la actividad social es mayor. El salón era un lugar gestionado por las mujeres -ya fuese la propia o la amante- en el que se construían relaciones y alianzas, allí o se discutía, se mantenía un tono amable, civilizado, armónico y ordenado. Era el reino de la cortesía.
La vida social en torno al salón era muy intensa: recepciones, banquetes, bailes, chocolates, tertulias, etc. formaban parte de la «estación mundana» que iba de octubre a junio y que requería de un estricto control de agendas (era tal la oferta de actividades que en una misma noche se podía asistir a 3 o 4 salones distintos). La reina solía asistir a estas fiestas fuera de palacio y su presencia -además de un gran honor para los anfitriones- era todo un privilegio para el resto de invitados.
El salón y sus objetos decorativos
Los salones y los objetos que los decoraban daban cuenta del nivel adquisitivo de sus propietarios y a la vez expresaban el deseo de estar en otro lugar y la posibilidad de hacerlo. Los objetos transportaban a anfitriones e invitados más allá del espacio físico del salón, a otros lugares y a otro tiempo. No solo las obras de arte, si no también las telas, las revistas ilustradas, la comida que se servía, los utensilios sobre la mesa, cualquier cosa material dentro del espacio físico del salón estaba pensada para ofrecer esa conexión espacio (por su procedencia de lugares remotos) temporal (estar en posesión de antigüedades) de anfitriones e invitados.
Cafés, ateneos, liceos, casinos: sociabilidad culta
Los cafés eran también un espacio de sociabilidad más específica. En ellos se reunían personas cultas de clases medias y burguesas para debatir, leer el periódico en voz alta y comentar las noticias. Se debatían ideas, se hablaba de política y supusieron el nacimiento de la opinión pública.
Los salones de ateneos, liceos y casinos también son espacios de sociabilidad, privados y públicos. Pertenecer a estos lugares era -a menudo- un símbolo de distinción social. La mayoría de estos lugares contaban con estatutos o normativa que regulaban su pertenencia y una estructura orgánica. En ellos tenían lugar reuniones como la del cuadro que ilustra este post y el programa de las Jornadas. Asistir a esas reuniones suponía la aceptación de unas reglas de juego y el despliegue de la más exquisita cortesía con los semejantes.
El cambio de la sociedad cortesana a la burguesa supuso la aparición de nuevos espacios, estilos y formas de relación entre las personas. La corte dejó de ser el centro de la vida social dando paso los salones privados en los que se desarrolló la sociabilidad burguesa.
Imagen: Antonio Esquivel «Reunión literaria. Reparto de premios en el Liceo«
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