Cuando en nuestros días hablamos de saludo solemos pensar en el que se da entre iguales con el apretón de manos, los besos o la mano en el pecho (la pandemia es lo que ha dejado); o entre desiguales, ese apretón de manos y ligera inclinación de la cabeza que puede llegar a la reverencia que se les hace a las personas reales.
Ese saludo a las personas reales me lleva a viajar en la Historia, a un tiempo – el Ancien régime (ss. XVI a inicios del XIX) se le llamaba cuando yo estudiaba- en el que el monarca gozaba del poder absoluto. El monarca estaba más allá de las normas que se dictaban en su nombre, sus decisiones no se cuestionaban, no se contravenía su voluntad y su palabra era ley; supongo que recuerdan a Luis XIV y su “El Estado soy yo”, frase que resumen el poder absoluto como ninguna otra. Además su autoridad era vitalicia y hereditaria y el derecho a la misma era de origen divino (de ahí la coletilla “rey por la Gracia de Dios”). ¡Ahí es ná! ¿verdad?
No está en mi ánimo dar una lección de Historia pero si contextualizar lo que voy a escribir a continuación. El poder absoluto y de origen divino hacía que la mera mención de del nombre del rey fuese acompañada de la reverencia de sus súbditos. No era necesaria su presencia, bastaba con la mención. Y eso es lo que vemos en este grabado de un cuadro de José Jiménez y Aranda que publica La Ilustración Española y Americana de 15 de junio de 1882 y que lleva por título: “Lectura de la Gaceta”.
La escena sucede una tarde de primavera de 1800 (momento absolutismo y despotismo ilustrado, más resumido imposible) a la puerta de una barbería en Sevilla (lo pone en el anuncio del dintel). Allí se dan cita “los personajes más encopetados del barrio: el guardián del vecino convento, un oidor de la Real Audiencia, el alcalde de casa y corte, un lisiado de la guerra del Rosellón, algunos vecinos ricos y los dependientes del (…) establecimiento” y parecen escuchar con atención lo que lee uno de ellos.
El autor del texto de La Ilustración también se refiere al contexto en el que se produce e indica que en esas tertulias bien se leía la “Gaceta de Madrid” en la que se publicaban “las últimas noticias (a dos meses fecha) de la agitada República francesa” o bien se comentaban “con mordaz ironía, aunque tímidamente, las mal encubiertas rencillas y los no disimulados escándalos de la camarilla cortesana” que rodeaban a Godoy.
El cuadro recoge el momento en el que el Oidor de la Real Audiencia lee el primer párrafo de la Gaceta que comenzaba con estas palabras: “El Señor Rey D. Carlos IV y la Señora Reyna Dª María Luisa, su augusta esposa, nuestros católicos y amadísimos Monarcas (q.D.g.) …” ¿Por qué se sabe que es eso lo que está leyendo? Por el gesto de quienes escuchan, que aparecen retratados en el momento en que “llevan su mano derecha al sombrero de tres picos y se inclinan con humilde reverencia ante el grave lector que acaba de pronunciar tan sagrados nombres …”. Comunicación no verbal que comunica todo, la reverencia sin necesidad de la presencia del reverenciado. El gesto, eso que ahora se estudia al milímetro, también daba indicaciones en el XIX y era tan elocuente como la palabra. El periodista de La Ilustración lo interpreta sin ningún problema.
Aunque no todos hacen la reverencia, la figura central, la que apoya sus pies en el escabel, el religioso guardián del antiguo convento ha sido pillado in fraganti mientas esnifaba tabaco en polvo (vamos, que le hicieron la instantánea sin avisar).
El arte y sus lecturas históricas y de protocolo. ¡¡Feliz semana #protocoleros!!
Fuente: la mencionada en el texto que pueden encontrar en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional.