La vuelta al cole, la necesidad de horarios y rutinas que tienen los más pequeños -y seamos honestos, también los mayores- parecen tener solución con el milagro de la vuelta a las aulas. No nos engañemos, durante las vacaciones todos -mayores y pequeños- hemos olvidado las reglas básicas de urbanidad abandonadas en el pupitre del cole, en la mesa de trabajo o en el anaquel.
Para quien le escribe la vuelta al cole está siendo dura. Este verano la desconexión de redes sociales ha sido total y la he empleado en hacer cosas distintas, siendo el trabajo físico una de ellas, ya que el descanso no solo es «no hacer nada», si no hacer lo que no hago habitualmente. Una de esas «cosas distintas» ha consistido en vaciar y limpiar la buhardilla de la casa del pueblo, tarea fatigosa pero productiva como se verá a continuación, ya que, como resultado de la misma, han aparecido en desvencijados anaqueles algunos tesoros de los que iré dando cuenta en esta sección, siendo uno de ellos el que utilizaré para el post de hoy.
Corría septiembre de 1966, hace 51 años una servidora se preparaba para el curso 66-67. La yo de entonces estaba a punto de volver al colegio tras las vacaciones (el 12 de septiembre era lunes, por lo que seguro que el cole empezó aquel día o como muy tarde el 15); aún recuerdo la emoción del primer día: el uniforme recién planchado, el olor a libros nuevos y plástico de forrar .. y ustedes se preguntarán ¿qué tiene esto que ver con el protocolo?, pues mucho, ya verán.
Entre esos libros estaba uno de los que he rescatado del viejo anaquel de la buhardilla, donde llevaba unos 40 años (más o menos) y ha pasado al anaquel del estudio con todos los honores. Lleva por título «Tu espejo» (Edelvives) y era un libro de urbanidad para niñas de primaria.
El libro tiene 95 páginas y se divide en 34 capítulos en los que se hace un repaso a las reglas de convivencia a través de las situaciones en las que se ve involucrada Rosita, la niña protagonista, ya que «en estas escenas de su vida podréis ver las maneras principales de cómo una niña puede faltar a las reglas de a educación, y también el comportamiento que la niña educada debe tener«, toda una declaración de principios.
El autor nos presenta a Rosita con estas palabras: «simpática» y «con defectillos» pero con «voluntad de corregirse de ellos con la ayuda de sus papás y de sus maestras«. Esta niña se convertirá a lo largo de los capítulos en el espejo del título: aquel en el que mirarse «para evitar lo defectuoso y practicar aquellas normas por las cuales mereceréis ser consideradas como niñas obedientes, aplicadas, cariñosas y a la vez alegres … En una palabra: niñas educadas«.
De la mano de Rosita practicaremos: urbanidad en el colegio y la mesa; haremos visitas; iremos al colegio, de fiesta, a la playa o a la iglesia; ayudaremos a quien lo necesita, etc., todo el elenco de protocolo social adaptado a niñas de 6 años.
Hay un capítulo titulado «Adiós a las vacaciones» que veo muy oportuno para este post de inicio del curso bloguero tras el descanso estival. En él Rosita se prepara para volver al colegio tras dos meses de vacaciones; tiene ganas de ver a sus amigas y profesoras, de las que ha sabido y sabrá captar aprecio y estima gracias a su «buen comportamiento y educación«. En el ínterin Rosita va a realizar una tarea muy relacionada con lo que hoy denominamos protocolo social y entonces urbanidad; nuestra protagonista escribirá una carta a sus tíos, con quienes ha pasado las vacaciones, para «comunicarles el regreso feliz, agradecerles las muchas atenciones que le dispensaron y pedirles perdón por las molestias» que pudiera haber ocasionado.
Toda una lección de buenas maneras la que nos da esta niña, destinada a ser espejo de virtudes a mediados de los años sesenta del siglo pasado: agradecimiento y perdón, como base de la convivencia social.
Termino este post con una frase del propio texto que dedico a aquellos que, con seis añitos (los que tenía yo entonces) empiezan el cole estos días:
«El que comienza el estudio con alegría, tiene ya andada la mitad del camino arduo. Porque no cabe duda que la alegría nos da fuerzas y acrecienta nuestra capacidad para el trabajo«.
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