“Abrid la puerta que va a entrar mi reina” podría haber dicho Carlos II, para que se abriesen las puertas de la ciudad al paso de María Luisa de Orleans. ¡Así de fácil!, pero la cosa no era tan sencilla y de ello hablaremos en este post.
La entrada de una reina en la Corte española en el siglo XVII era un acto complicado y aparatoso, no tanto para ella, que lo era, si no también para la ciudad de Madrid y sus habitantes. Era una fiesta en la que no se reparaba en gastos, un espectáculo de pompa y ceremonia. Fastos que, en palabras de Deleito y Piñuela, en su libro «El rey se divierte» “contrastaban, en verdad, la alegría, el bullicio y el despilfarro de tales divertimentos con la miseria pública y con los reveses militares y políticos, que iban arrastrando a España en la vorágine de la decadencia y la ruina” (p. 173). Todo era poco para convencer la incauta princesa foránea de que había venido al reino más rico del orbe.
Una de estas princesas fue Maria Luisa de Orleans, o de Borbón, (1662-1689) reina de España por su matrimonio con Carlos II en 1679 (boda que detalla Bárbara Rosillo en su post de ayer). De su entrada -que se produjo tal día como hoy hace 334 años- da cuenta un libro con un título casi tan largo como el cortejo que la acompañó desde el Prado hasta Palacio. “Descripción verdadera y puntual de la real, magestuosa y pública entrada que hizo la Reina Nuestra Señora Doña María Luisa de Borbón, desde el Real Sitio de El Retiro, hasta su Real Palacio, el sábado 13 de enero de este año de 1680, con la explicación de los Arcos y demás adornos de su memorable Triunfo”.
Entrada de la reina, una entrada triunfal
La reina hacía su entrada triunfal en la ciudad sede de la monarquía, y, como aquellos soldados victoriosos de la Roma Antigua, era recibida y jaleada por el pueblo en las calles de una ciudad que se vestía de arquitectura efímera simbólica y alegórica.
Precedida de un cortejo que desfilaba con sus mejores galas, recibía a su paso las llaves de la ciudad y la bendición de la Iglesia, para, al final, adentrarse en lo que sería su hogar para el resto de su vida.
El libro describe con todo lujo de detalle toda esa arquitectura efímera y sus emblemas; y también los ropajes que vestían todos aquellos que desfilaban y sus séquitos de criados y lacayos. En este post nos centraremos aquí en los detalles de protocolo más significativos que recoge el libro y en la etiqueta que lucía la esposa de Carlos II.
Cronograma
09:00.- Los madrileños se echan a la calle para contemplar el recargado montaje de arquitectura efímera que adornaba las calles por las que pasaría la reina. Era un día frío, que había estado precedido de varios días de intensa niebla, lo que tenía a los madrileños “congoxados, no poco” por si se malograba el espectáculo de la entrada. Cosa que no sucedió ya que amaneció un día parejo a la belleza de la reina (algo así viene a decir el autor).
10:00.- El rey, acompañado de su madre, salió del Retiro hacia la Casa de la Condesa de Oñate, desde donde verían –sin ser vistos- el paso de la reina.
11:00.- Arranca el cortejo.
Protocolo en el cortejo
El cortejo se puso en marcha desde el Retiro. En primer lugar desfilaba la Villa de Madrid:
- Atabales y trompetas.
- Todos los alguaciles.
- Tenientes.
- Maceros.
- Regidores.
- Corregidores.
Esta primera parte del cortejo se detuvo en el primer Arco del Prado y ocuparon los asientos que estaban dispuestos para ellos (ya que iban a tomar parte en la entrega de llaves de la ciudad).
A continuación de la Villa desfilaban:
- Los caballeros de las Órdenes Militares.
- Títulos y Grandes de Castilla.
- La Reina a caballo.
- Camarera Mayor.
- Damas (rodeadas por los Grandes de Castilla).
- Guarda de la Lancilla.
Tres hitos: llaves, Te Deum y entrada a Palacio
Al llegar al primer Arco del Prado tuvo lugar la entrega de las llaves de la ciudad, en presencia de las autoridades de la Villa que habían desfilado en primer lugar y la esperaban allí. A este punto llegó la reina descubierta y los regidores salieron a recibirla. Tras la entrega de las llaves, la reina entró debajo del palio que sujetaban los capitulares y continuó su recorrido por las calles de Madrid, hasta la siguiente parada: la Iglesia de Santa María. A la puerta de la Iglesia la esperaba el Cardenal de Toledo y allí se entonó el Te Deum de acción de gracias.
Terminado este acto, se dirigió a Palacio. En cuya puerta estaban el Rey y su madre (quien la tomó de la mano y la condujo al Real Cuarto).
Etiqueta de la reina: lujo extremo
El autor del libro describe el traje y las joyas de la reina: “llevaba S.M. un precioso vestido de riquísima tela anteada, todo bordado de plata y oro de inestimable valor (…) En su real pecho un aderezo de diamantes y en la vuelta del sombrero llevaba la perla Margarita, que llaman La Peregrina; la cual se pescó en el año de 1515 en el Mar del Sur (…) tiene un peso de 31 quilates y es del tamaño de una cermeña (1) y tan única en el mundo que no hay otra como tal, no se le halla valor, porque vale lo que España (…) También llevaba S.M. un anillo, y en él el Diamante Grande (2) de nuestro rey, que es todo cuadrado y cabal de esquinas, tiene 58 quilates, y tiene la misma circunstancia de ser único e inestimable” (cita textual).
Lujo extremo en la etiqueta real para la entrada en Palacio, no solo un rico vestido, sino también unas joyas de valor incalculable, propias de una Corte con una hacienda saneada (o que sabía mucho de teatro). Como decíamos al principio la entrada no era un mero “Abre la puerta” requería hacer un gran desembolso, montar todo un decorado en la ciudad para engalanarla y “engañar” a quien recorría aquellas calles que aparentaban una riqueza de la que no se gozaba.
- Fruto del cermeño, especie de peral.
- ¿El Estanque?.
Fuente de la Imagen: María Luisa de Orleans, reina de España. José García Hidalgo. Museo del Prado. En ella la reina luce las joyas que se mencionan en este texto.