Estos días hemos sido testigos de la mala suerte del rey Carlos III del Reino Unido y de los otros Reinos de la Mancomunidad de Naciones con las plumas y la tinta en los actos ceremoniales. Gracias a los medios hemos sido testigos tanto de la mala suerte como de sus malos modales, de gesto y de palabra. El tener tu vida recogida al segundo por las cámaras es lo que tiene, que te pillan o te pillan. Así que habrá que recomendarle que trabaje un poco este tema.
Acostumbrada la realeza a que todo salga perfecto en su presencia no sabe gestionar un imprevisto de estas características, carece de herramientas, que dirían los expertos. Algo que el común de los mortales solucionaríamos con un “Por favor, ¿podrían retirar esto? ¡Gracias!” parece ser imposible para quienes caminan un metro por encima del duro asfalto y que nos hacen el inmenso favor de existir.
En su segundo intento la pluma no funcionaba correctamente, lo que también se solucionaría con un “Por favor ….., ¡Gracias!”. Lo de no saber en qué día se vive, eso ya no es culpa de nadie, más que de uno mismo.
He leído y escuchado por ahí que el tema de la pluma fue un error garrafal de protocolo. Yo no lo calificaría de esa forma en ninguno de los dos supuestos, ni cuando parece que sobra ni cuando no funciona. Incomodidad, anécdota y gestión de imprevistos son las palabras que vienen a mi mente. En el primer supuesto el protocolo no tiene la culpa de que las mesas antiguas no tengan las dimensiones suficientes para contener documentos históricos de gran formato, que en un afán de evitar que Su Graciosa Majestad tuviese que manipular, estaban desplegados completamente sobre la superficie de la misma para que la firma fuese rápida y fácil. En el segundo caso, tampoco el protocolo es culpable del mal funcionamiento (o del mal uso, que eso no lo sabremos nunca) de un objeto que solo se va a usar una vez y quedará de recuerdo para ser exhibido.
Lo que hubiera sido un error garrafal de protocolo sería no tener previsto el puesto de la reina consorte y situarla al fondo de la sala, por ejemplo. Pero lo de las plumas, que además solucionó firmando con la suya propia, no es un error de protocolo.
La casualidad ha querido que encontrase una historia parecida en la que el protagonista es otro rey llamado Carlos: el Emperador Carlos V y el objeto no fue una pluma sino un pincel. La historia “Carlos V recogiendo el pincel de Ticiano” la he encontrado en el Semanario Pintoresco Español de 14 de julio de 1844 y está encabezada por el grabado que es imagen destacada de esta entrada. Cito textualmente el último párrafo: “Un día que [Ticiano] se hallaba pintando en presencia del Emperador Carlos V, y de otros Príncipes y grandes, se le cayó a Ticiano el pincel y mientras bajaba la escalera para recogerlo, el mismo Emperador se inclinó y lo alzó del suelo. Admirado el artista de tanta bondad y deferencia, se preparaba a dar las gracias a tan excelso protector, cuando este le interrumpió diciendo: “Bien merece Ticiano que el César le sirva”. Esta es la escena que aparece recogida en la imagen que acompaña a esta entrada que en palabras del Semanario mencionado está “tomada de un cuadro de bastante mérito, que presento Mr. Roberto Fleury en la exposición de pinturas de París, en el año pasado”.
Pues eso, que si un Emperador del siglo XVI pudo recoger un pincel del suelo sin que se transformase en estatua de sal, un rey del siglo XXI puede salir airoso del ataque de una pluma diabólica que se la tiene jurada (lo mismo es que la tinta no era Azul Royal).
Fuente del texto y de la imagen: El Semanario Pintoresco Español citado en el texto y disponible en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.