Toca vacunarse contra el «bisho», noticias de cómo han llegado las vacunas a España las tenemos en todos los medios de comunicación, solo falta que entrevisten a un vial en exclusiva en alguna cadena; en fin compañeros, a cruzar los dedos para ver si, como dice el ministro, este es el «principio del fin«.
Nos vamos a ir a 1885, un momento de nuestra historia en el que hubo que vacunarse también, y en peores condiciones, todo hay que decirlo. En el verano de aquel año vivía nuestro país una epidemia de cólera. Valencia fue el epicentro de aquel suceso y allí, el descubridor de la vacuna, el Dr. Ferrán, inoculó a la población el líquido-vacuna que frenó la expansión de la bacteria vibrio cholerae. La Ilustración Española y Americana de 8 de agosto de 1885 daba cuenta de aquel suceso y, para explicar el procedimiento, se valió de un grabado muy explicativo de R. J. Contell, que es imagen destacada de esta entrada.
Les incluyo el texto completo del artículo:
«Pocos problemas médicos (…) habrán tenido el privilegio de excitar en tanto grado el interés de los hombres de ciencia y de la humanidad en general, como el que da motivo a estas líneas.
La circunstancia de ser un problema de candente actualidad, de inmensa transcendencia en los momentos críticos por que está atravesando nuestro pais, es causa de que defensores y detractores del sistema celebren y discutan los triunfos del Dr. Ferrán en la provincia de Valencia, con un acaloramiento impropio de los asuntos científicos; bien es verdad que estas pasiones han salido a la superficie de la cuestión cuando los impugnadores del sistema no se han contentado con depurar lo que la historia no podrá menos de consignar como aspiración nobilísima de un hombre de ciencia, sino que, impulsados por móviles desconocidos, han pretendido destruirlo y aniquilarlo.
Ahora que el Gobierno de S.M., con una prudencia que aplaudirán todas las personas sensatas, ha tomado por su cuenta el asunto (por más que sea deplorable que antes de ahora no lo haya patrocinado con verdadero interés), parécenos que ha de complacer a nuestros lectores tener una idea aproximada del procedimiento que sigue el Dr. Ferrán en sus inoculaciones (…)
El número 5 del grabado representa la casa del catedrático de la Facultad de Medicina de Valencia, Dr. Candela, donde tiene instalado su laboratorio microbiológico el Dr. Ferrán; casa en construcción, habilitada para el Dr. Ferrán cuando llegó a Valencia, pues nadie quería alquilarle un cuarto al distinguido microbiólogo, situada en la nueva vía abierta entre Valencia y el ensanche, llamada Calle de Pascual y Genís, y que, a pesar de las anchurosas proporciones de la misma, llegó a ser angosta algunos días para contener la muchedumbre de todas las clases sociales que se agolpaba a la puerta de la casa-laboratorio para tomar turno y ser inoculado con el líquido-vacuna del Dr. Ferrán.
El primer cuidado que debían tener las personas que deseaban inocularse era pasar a la sala de inscripción, en donde, a cambio de indicar el nombre, edad, naturaleza, estado, habitación, profesión, etc., se les entregaba [como vemos en el grabado 1] una tarjeta en cuyo anverso constaban el número de turno, nombre del inoculado y la fecha de la inoculación, y en cuyo reverso estaban consignadas las advertencias y condiciones en que aquella operación se practicaba.
Desde la sala de inscripciones debía pasarse a la sala de preparación, donde las personas que habían adquirido la tarjeta indispensable se podían disponer a la pequeña operación, poniendo al desnudo sus brazos, como indica el grabado núm.2.
Por rigoroso turno se entraba en la sala de inoculación (grabado núm.3) donde los doctores ayudantes y personas de confianza del Dr. Ferrán, y muchas veces él en persona, practicaban la sencilla operación de la inoculación a toda clase de personas, cualquiera que fuese su edad, sexo, temperamento, constitución, condición social, etc., siendo de cuenta de los profesores, como es natural, graduar más o menos la cantidad del líquido inoculado, teniendo en cuenta las condiciones personales del sujeto.
La operación, por lo demás, era harto sencilla. El cultivo anticolérico se vertía del matraz a un pocillo destinado al objeto mediante la suave presión que se practicaba sobre la superficie del líquido con un pequeño esfuerzo de espiración a través de un delgado tuvo de caoutchoue en comunicación con otro pequeño tuvo de cristal que atraviesa el tapón de los matraces modelo Ferrán. Del citado pocillo, y con una jeringuilla de inyecciones, se tomada la cantidad de líquido-vacuna necesaria, y quedaba reducido todo a introducir debajo de la piel del tercio medio posterior del brazo, mediante la aguja de la jeringuilla, la cantidad de líquido vacunador tomada al efecto.
El grabado da una idea bastante exacta de las actitudes de operadores y de operados, algunas de ellas a veces bastante difíciles, cuando se trataba de individuos que sentían cierta repugnancia al insignificante pinchazo de la inyección, como sucedía frecuentemente con los niños.
El núm. 4, en fin, de nuestro grabado representa el laboratorio microbiológico improvisado en la cocina de la casa del Dr. Candela, y el cual ha sido visitado por todas las eminencias científicas nacionales y europeas que han venido a estudiar los trabajos de Ferrán.
Si el Dr. Brouardel hubiese tenido en cuenta esta circunstancia, la de ser aquello una cocina habilitada y no un laboratorio montado a propósito; si hubiese pensado en que el Dr. Ferrán lo ha hecho todo siendo pobre y sin protección oficial ninguna, no había echad de menos las magníficas estufas con regulador, las espléndidas instalaciones para la cristalería, los soberbios microscopios alemanes, los grandes hornillos y caprichosos juegos de calefacción por medio del gas, etc., etc., que constituyen el ropaje de los suntuosos laboratorios que suelen sostener los Estados; y sin embargo, desde aquel modesto laboratorio la simpática figura de Ferrán ha atraído la curiosidad científica del mundo, como jamás pudo conseguirlo la altanera soberbia del profesor de Medicina legal francés».
La Ilustración Española y Americana, núm. XXIX, de 8 de agosto de 1885. Digitalizada en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional