En el periódico “La Semana” de 20 de mayo de 1916 publicaba un artículo de Luis de Oteyza titulado “Indigestos Banquetes” en el que hacía un alegato contra los banquetes de homenaje. Actos que debían ser bastante habituales por aquél entonces y a los que el periodista calificaba de: caros y escasos (en la relación precio-manjares); lentos (en el servicio) y aburridos en su desarrollo (por los discursos de los oradores). ¡Encima los homenajes se pagaban a escote! (es decir, que cada uno pagaba su parte). Como siempre muchas de las cosas que dice son fiel reflejo de lo que pasaba (antes de la pandemia) un siglo largo más tarde, y si no, lean, lean:
“La costumbre de comer tiene su origen en la más remota antigüedad. Esto no creo que necesite demostración; pero, si la necesitase, fuera fácil darla, documentada y científica, con firme apoyo sobre bases históricas y geológicas. En los viejos textos de Heródoto, Tucídides y Jenofonte se consigna de modo terminante, que los griegos de las primeras olimpiadas comían ya, y excavaciones realizadas en terrenos diluviales, pertenecientes al periodo cuaternario, con el hallazgo de cazuelas y pucheros, prueban de indudable modo que el hombre primitivo comía también.
Además, la costumbre de comer es sumamente higiénica. Las modernas corrientes terapéuticas se encauzan en el sentido de recetar a los tuberculosos, por todo medicamento, alimentación sana, variada y abundante. Y, si la comida es conveniente para los tísicos, que tienen la salud tan delicada ¿qué efectos tan soberbios no producirá en los temperamentos reciamente saludables?
Por ambas circunstancias, como devoto de la tradición y esclavo de la higiene que soy, me libraré muy mucho de combatir la costumbre de comer. Pero combatiré, si, la perniciosa costumbre, actualmente tan en uso, de comer en compañía. Esta costumbre ya lo creo que voy a combatirla. Y pidiendo a los hados que me concedan para mis palabras la fuerza del treno, pues quiero hacer lo más vigorosa posible mi lamentación.
Entiéndase, sin embargo, que tampoco creo conveniente comer solo. Bueno es comer con la familia, porque haciéndolo con la familia sale más barato; muy bueno comer con un amigo, si el amigo es quien convida y paga, y superior, superior a toda ponderación, comer con una dama, cuando tiene esa dama juventud, belleza y alegría … Lo malo, lo horrible, lo detestable es comer en un banquete de esos que se celebran para satisfacción de un comensal y disgusto de los demás que asisten.
¡Tortura tremenda la del banquete-homenaje! Los manjares son rancho infecto, porque no es posible que se guise bien para más de diez personas. El servicio produce la desesperación de la continua espera, pues poniendo y quitando platos envejecen los mozos. Por si comen mal y tarde, no fuese suficiente insano, hay siempre oradores que dificultan la digestión con sus discursos y fotógrafos que se cortan con los fogonazos del magnesio. Y, además, ¡cuesta el dinero!
Esto último sobre todo, y no creáis, lectores, que es esto último el rugir del avaro, sino el suspirar del menesteroso. Yo no tengo, a diario, dos o tres duros para el almuerzo y cuatro o cinco para la cena. Y, a diario necesito, esas sumas fabulosas si quiero cumplir con mis relaciones.
¿Qué estaré relacionado muy bien? … ¡Como pueda estarlo de vosotros el que de vosotros lo esté peor! No conozco a ningún personaje ilustre y sólo trato a personas insignificantes. Pero ocurre, que ahora, se da un banquete a cualquiera, con cualquier motivo, y hasta sin motivo alguno. Por eso mi mal es general.
Y es acaso incurable. Cierto que una vez se cortó la racha de banquetes, avergonzando a los así homenajeados con un homenaje igual para Garibaldi. Sin embargo, es posible que ahora la repetición del acto no produjese el efecto que produjo entonces. ¡Tales son muchos de los banqueteados actualmente, que se honrarían, en lugar de avergonzarse, si se viesen puestos a la altura del referido amigo y concurdáneo! «
Fuente del texto: La Semana, Madrid 20/05/2016. Disponible en la Hemeroteca Digital
Fuente de la imagen: «El Festín de Baltasar». Biblioteca Digital Hispánica
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