Hace algún tiempo encontré la historia que hoy les voy a comentar y que me viene como pedrada en ojo de boticario para hablar de la cobardía de quien no afronta las situaciones y desaparece de nuestras vidas sin decir nada.
El marqués de Valle – Alegre, el mismo que la semana pasada nos hablaba de las señoras y sus mantillas protesta, comparte en el semanario La Moda Elegante de 6 de marzo de 1872, una historia sobre una novia a la que dejan plantada en el altar, o lo que en castizo se ha denominado siempre: “ahí te quedas”; historia que, en palabras del marqués “no es nueva”, pero “por fortuna poco frecuente”.
Comienza el de Valle – Alegre contextualizando el tema: boda de señorita distinguida “tan apreciable por su prendas morales como por sus circunstancias físicas” (o lo que es lo mismo buena persona y agraciada), con caballero “de buena posición y notoria formalidad” (un hombre de posibles, pero lo de la formalidad, después de leer la historia, está muy en duda).
Continúa el marqués narrando esta particular situación que, para quien la lee con ojos de protocolo, es una lección magistral del procedimiento de organización de una boda a finales del siglo XIX. Por ponerlo en diez pasos:
1º Envío de las invitaciones: “habíanseles participado, según costumbre, el próximo suceso a los parientes y amigos de confianza”. Es decir, se había procedido a enviar, con la suficiente antelación, las invitaciones al evento, invitando a “las relaciones de mayor intimidad de entrambos cónyuges”.
2º Los invitados habían enviado sus regalos «a la novia, como era tradición” y dichos regalos consistían en “dones y presentes ricos”.
3º La novia había recibido en su casa a las visitas para “admirar y envidiar” –en el caso de las amigas- el ajuar “o trousseau”.
4º El novio le había enviado a la novia una serie de regalos: “el vestido de terciopelo negro y blanco, con encajes; el sobrero y la mantilla; el shall de ocho puntas y el aderezo de rigor”.
5º La fecha y hora de la boda: 15 de febrero de 1872 a las 21.00 horas.
6º La etiqueta era la acostumbrada para un acto de tal solemnidad: “damas engalanadas, bandas y cruces de todas las órdenes conocidas y por conocer, sobre el pecho de los caballeros (…)”
7º De la novia nos dice que iba “coronada de azahar y de brillantes” y que aguardaba puntualmente la llegada de “quien debía acompañarla al altar”.
8º El sacerdote “vestido con las sagradas vestiduras”, y el sacristán preparando el “famoso evangelio de San Pablo” (la epístola a los Corintios, de lectura habitual en las bodas -1 Co 12, 31-13, 8a- y que el novio parecía desconocer ya que aquella parte de “el amor no es maleducado ni egoísta (…) y goza de la verdad”, no casa muy bien con su forma de actuar).
9º También estaba preparado el “refresco” para agasajar a los invitados tras la ceremonia y que consistía en: “helados, sandwichs y otras golosinas”, servidos en el café de La Iberia (local que ocupaba el piso bajo de la casa palacio del Marqués de Santiago, situado en la Carrera de San Jerónimo (entre las calles Príncipe y Echegaray).
10º Espera de un tiempo prudencial a la llegada del co-protagonista de la función. Aunque la prudencia de la novia fue más que suficiente (45 minutos), el novio no se presentó.
Ante la no presencia del sujeto sus amigos fueron a buscarlo y volvieron con malas noticias: a las ocho y media (media hora antes de la boda) había salido de la Estación de Mediodía (hoy Atocha) rumbo a Cádiz, para “embarcarse allí en el vapor de la empresa López, que debía partir unas horas después para América”. Por resumir: le había hecho un “ahí te quedas” en toda regla; o un “te borro del facebook” que diríamos hoy.
Lo que sucedió a continuación lo narra el marqués con su fina ironía: la novia pasó de un estado de “estar a punto de desmayarse, siendo necesario para impedirlo aflojarla el corsé y darle agua de Melisa y bebida antistérica (…) al síncope total”. Los invitados “demostraron su ira con violentos apóstrofes dirigidos al emigrado” y la familia de la novia quedó “sumergida en el más profundo dolor”.
Ante una situación como esta lo peor no es la vergüenza y el bochorno, sino el ignorar por qué se ha llegado a este extremo. Lo más habitual es tender a autoculparse y pensar “¿qué he hecho mal?”, porque el que huye –como el que te “borra del facebook”- no habla; pero el único que hace algo mal es el que huye, un cobarde. Aquí estamos hablando de eso básicamente, de cobardía.
¿Qué pasó luego? nunca lo sabremos. El marqués termina su relato dejando a la novia y su familia pasando el mal trago ante los invitados. En aquellos tiempos la honra se salvaría con un duelo, alguien buscando al fugado allende los mares y exigiéndole una reparación, como en las novelas románticas; el final queda abierto a nuestra imaginación.
Para estos tipos, los de antes y los de ahora, lo mejor que podemos hacer es aplicar esta máxima: «a enemigo que huye, puente de plata«, que nuestro refranero es muy sabio.
Fuentes:
- La Moda Elegante, marzo 1872
- https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/03/25/cafe-de-la-iberia/
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