Me van a permitir que hoy reflexione sobre algo que me ha sucedido hace unos días y que he resumido en la pregunta del título: En las disculpas ¿prima la cantidad o la calidad? Me refiero a los que quienes trabajan atendiendo clientes y piden disculpas sin ninguna convicción, en lugar de buscar una forma más eficaz de disculparse.
Primera disculpa, el poquito
Le pongo en situación: 14:45 de la tarde, buscando un sitio para comer en un día en el que está todo lleno de gente y es difícil que te cojan sin reserva. Para quien lleva en pié desde las 06:00 a.m. a las 14:45 no es que tenga hambre, es que se comería una piedra si alguien le ha puesto aceite y sal. De repente llegamos a un lugar un poco apartado de la zona turística y ¡¡hay mesas vacías!! Allí nos acomodamos raudos y veloces. Pedimos algo para picar y un segundo, nos traen el primero rapidísimo (lo devoramos visto y no visto). Tan rápido como el primero llego el segundo … de mi marido. A mí me pidieron disculpas porque mi segundo se iba a demorar “un poquito” (dijo poquito, no poco ni rato). “Sin problema, no pasa nada” fue mi respuesta. Eran las 15:00.
Utilizar como unidad de medida el “un poquito” siempre me ha puesto un poco nerviosa, especialmente para recetas o distancias. Eso de “Le pones un poquito de harina” y que luego resulte que el “poquito” son 250 gramos … te puede arruinar el mejor de los pasteles. Y no digamos el “Está un poquito más adelante” y tres manzanas más tarde, caminando bajo un sol abrasador, descubres una señal que te indica que el Metro Ligero está a 500 metros (que, sumado a lo que llevas andado, será un kilómetro, fijo).
Por otro lado, utilizar el diminutivo para atender al cliente me parece de una ñoñería espantosa: “¿Cortamos el pelito?, ¿Le damos unas mechitas? ” … pff.
Segunda disculpa, el poco
Sigamos con mi historia, el poquito se convirtió en un poco -cuando mi marido terminó su segundo plato y vinieron a recogerlo, y a modo de disculpa me dijeron “Lo sentimos, ya es cuestión de poco”- el poco pasó a ser mucho cuando a las 15:55 llegó mi segundo plato. Para quien piense que era una cosa muy elaborada le diré que no, era una carne al punto (para mi marido) y hecha, para mí.
Cuando la amable camarera puso el plato delante de mí, comenté “¡Menos mal! estaba a punto de irme, porque han tardado mucho”. La respuesta que obtuve fue “Ya le he pedido disculpas, si no lo quiere, me lo llevo”. La prisa y el hambre son malas consejeras. Debería haberme levantado, pedir el libro de reclamaciones y marcharme (pagando lo que habíamos consumido hasta ese momento), pero plegué velas, conté hasta 10, comí un bocado que me hizo bola, marqué el resto y cuando me pareció, nos fuimos de un lugar al que dudo que vuelva.
A modo de conclusión: calidad, no cantidad
En fin, me pidió disculpas la primera vez, cuando estábamos en “poquito”; dijo “lo sentimos” cuando estábamos en poco, pero cuando me puso el plato delante … cri, cri, cri. No es cuestión de que se estuviera disculpando cada 5 minutos, no se trataba de eso. Cuando digo que en las disculpas en la atención al cliente prima la calidad de la disculpa, no la cantidad, me refiero a solo una disculpa + explicación convincente. Tal vez hubiera estado bien dar una medida un poco más aproximada del tiempo y una explicación: “Vamos a tardar bastante porque hay que ir a Galicia a por la vaca, sacrificarla, dejarla reposar, trocearla, sacar el solomillo, cortarlo en trozos exactamente iguales y del mismo peso …” Fuera de bromas, hubiera estado bien algo así: “Su carne va a tardar ¿le apetece otra cosa de la carta?, el bacalao está estupendo” y yo -que se leer entre líneas y lo que he entendido es que se les ha acabado el solomillo y descongelar otro, y que quede en condiciones va a tardar- me habría pedido el bacalao tan contenta. Mejor una disculpa de calidad, que cantidad de disculpas automáticas tipo: «lo siento, lo sentimos» pronunciados sin convicción.
No sé qué opinarán ustedes pero salí de allí con la sensación de que no me habían pedido disculpas, es más, pensando que esperaban que fuese yo quien me disculpara, y lo que es peor, con el mismo agujero en el estómago con el que entré por la puerta (al que habría que sumar el enfado, que a esas horas ya era considerable).
En fin, hasta aquí mi reflexión compartida. Estoy pensando en enviar un correo al restaurante, ofreciéndoles cursos de urbanidad y modales en la atención al cliente, pero mejor mandarles mentalmente a freír morcillas, que sitios donde comer en este lugar hay de sobra.
¡Que tengan una buena semana!
Fuente de la imagen: Pixabay
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