Estoy utilizando el nada ortodoxo método de dejar que los libros que hay en el anaquel y de los que hablo en los post se abran por sí mismos, dándome la pauta para hablar de su contenido.
Este que voy a comentar se ha abierto por la página 260 (Etiqueta del entierro), así que les contaré lo que el libro La Elegancia en el Trato Social (1898) y su autora, la Vizcondesa Bestard de la Torre, tienen que decir al respecto.
En las horas inmediatas al óbito la habitación del difunto se convertía en capilla ardiente, para ello se cubrían los paramentos con paños negros y se situaba la cama en el centro, lugar en el que se situaba el ataúd en el que descansaba el cadáver. Si la familia disponía de los medios necesarios, aconsejaba que se elevase un altar en uno de los testeros de la misma habitación, para decir allí mismo la misa. En la capilla ardiente debería reinan el mayor de los silencios; para ello las visitas, que eran recibidas por los familiares del difunto, deberían limitarse a estrechar la mano de éstos y pronunciar en voz muy baja las cortesías habituales, ya que, entablar una conversación se consideraba «de lo más inconveniente«. Entraban aquí en juego las tarjetas de visita y su simbología; recordemos que para dar el pésame, se doblaba la esquina inferior izquierda y para indicar que se asistiría al entierro, se doblaban ambas esquinas del lado izquierdo de la tarjeta.
En las horas inmediatas al entierro, el ataúd se situaba en la pieza noble de la casa, ya fuese el salón o una gran habitación cercana a la puerta de salida. El ataúd estaría cerrado o abierto si el cadáver estaba embalsamado. A ambos lados del féretro se situaban los criados de luto riguroso.
Llegada la hora del entierro se disponía el cortejo fúnebre, para ello se situaba el féretro en el coche fúnebre (o en las andas, si el traslado se hacía a pie, en cuyo caso los asistentes irían todos a pie y descubiertos). Este libro tampoco tiene croquis ni fotografías, lo que me lleva a practicar en la elaboración de uno partiendo de la descripción del cortejo que hace la autora del texto:
Las señoras no formaban parte del cortejo, pero podían hacerse conducir a la iglesia o al cementerio, presenciando la ceremonia desde la distancia y sin dejarse ver.
El dolor se manifestaba mediante el luto y la viuda venía obligada a llevarlo durante dos años. Si bien era muy riguroso durante el primer año y se transformaba en «luto de alivio» al año siguiente, cuando iba perdiendo esa rigurosidad y la viuda podía añadir blondas y encajes para, a finales de segundo año, pasar a los tonos grises e incluir adornos y flores e incluso llevar joyas.
Ni que decir tiene que el servicio observaba las mismas reglas que la viuda con respecto al luto.
Un consejo que da la autora es que se dispusieran las cosas «sin mezquindad, pero sin un lujo ruinoso«.
- Croquis: elaboración propia.
- Cuadro: Emile Friant, La Toussaint (1888)
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