El libro de esta semana –y sospecho que alguna más- tiene un significado especial para mí, fue mi primer desafío. Encontré el libro, por casualidad, en un mercado callejero en La Habana en 2002. Iba buscando un libro sobre la fiesta de los quince, pero no había nada aunque el vendedor muy amablemente me dijo que tenía uno sobre vida en sociedad y buenas costumbres, y así llegó a mis manos una segunda edición de El Buen Gusto, de Ermance Dufaux (1900). El libro estaba envuelto en papel de Manila y en un estado lamentable, doscientas hojas a punto de soltarse de un lomo que era incapaz de sostenerlas, manchas de humedad y hongos, pero estaba completo y era “recuperable”, apostar por su recuperación era el desafío. Al llegar a España pasó tres meses en un “sanatorio de libros” et voilà, está en el anaquel donde puedo disfrutar de su lectura. Cuando lo abrí por primera vez, una vez restaurado, comprobé que en la contraportada tenía una dedicatoria fechada en 1909, de un atento amigo a su distinguida amiga ¿se podía ser más cortés en la redacción? (reconozco que con frecuencia lo abro solo para leer esa dedicatoria).
Hoy el libro me sirve para hablar de la Etiqueta en la Mesa, que es un apartado dentro del Capítulo X dedicado a La Mesa. ¿Qué recomendaciones hacía Ermance Dufaux sobre el particular?, veamos qué se hacía antes de entrar al comedor:
- Citar a los invitados un cuarto de hora antes del inicio real de la comida, así se evitaban los retrasos.
- Si alguno se retrasaba y los comensales ya estaban a la mesa cuando llegaba, debía excusarse y marcharse, prohibiendo al criado que anunciase su llegada.
- Si alguno llegaba antes de la hora, el consejo de Dufaux era que si el susodicho era amigo de la familia, solicitase a sus anfitriones un periódico o un libro y se sentase a leerlo tranquilamente, rogando a sus anfitriones que continuasen con sus obligaciones. En el supuesto de tratarse de una persona sin esos vínculos, se le aconsejaba pretextar un olvido y dar una vuelta a la manzana a la espera de la hora señalada para el ágape.
- Una vez llegaba la hora señalada los anfitriones no podían abandonar la sala en la que estaban sus invitados y su obligación era presentar a quienes no se conociesen entre ellos y agrupar a quienes tenían que entrar del brazo en el salón.
- Si era una soireè (cena seguida de baile), los hombres podían entrar en la sala con el claque bajo el brazo (el chapeau claque: sombrero de copa que lleva unos muelles que permiten plegarlo con facilidad). Al pasar al comedor el claque se dejaba sobre una silla o un sitio donde pudiera recuperarse fácilmente tras la comida (habitualmente lo dejaban sobre la silla en la que estaba la señora a la que debían acompañar al comedor).
- Los guantes se los quitaban una vez sentados a la mesa y los introducían en los bolsillos, nunca sobre el mantel, y no se los volvían a poner hasta que no volvían a la sala de la cual habían partido.
- Solo había una persona cuya puntualidad debía ser exquisita: el cocinero.
- A la hora fijada, el criado abría las dos hojas de la puerta del comedor y anunciaba en voz alta: “Señora, la cena está servida”, este era el pistoletazo de salida para entrar al comedor, todo un ritual que veremos la próxima semana.
Continuará
Cuadros: Beraud y Bail
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