Buscando algo antiguo sobre preparación de banquetes he dado con unos párrafos en el libro «El buen gusto en el trato social» (1900) de Ermance Dufaux, traducido por Miguel del Toro. En el capítulo dedicado a los almuerzos habla de lo que denomina «el almuerzo propiamente dicho«, o lo que es lo mismo un almuerzo ordinario, sin etiqueta. A pesar de ser un almuerzo sin ceremonia el autor hace unas indicaciones, que les transcribo en forma de decálogo:
(1) Anfitriones: él de levita y ella en traje de calle, porque «es de mal gusto que la dueña se presente con bata, por muy lujosa que sea» (lo de ir de bata, según el autor, era bastante habitual).
(2) En un almuerzo de estas características no se sirve sopa, sino ostras.
(3) Nada de salsas, salvo para los riñones, el hígado, la cabeza de ternera y el pescado.
(4) El menú debe incluir algo de lo incluido en esta lista: huevos, embutidos, carnes asadas, pasteles, fiambres y quesos.
(5) Se pueden tomar champagne y vinos finos, aunque no son indispensables.
(6) Después de los postres «y en la misma mesa del almuerzo» se sirve: te, chocolate o café con leche, y los puede servir la anfitriona, si no se lo «ha encargado» a un criado.
(7) El azucarero se pasa de mano en mano, no lo acercan los criados.
(8) Los licores se sirven también en el comedor.
(9) Si el almuerzo es, además de ordinario, íntimo, se puede prescindir del mantel.
(10) Las invitaciones se hacen «de viva voz«.
Los libros antiguos nos ayudan a ver la vida tal y como era en épocas pasadas, son una fuente de ayuda inestimable para descubrir costumbres, ceremonias y para descubrir qué de todo aquello queda aún en nosotros.
Cuadros de Pierre Bonnard, capturados de: Wikiart, Flickr, bjws_blogspot, www.huma3_archive.com, Wikigallery
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