Corregir a los hijos desde el respeto y los buenos modales, evitando malas caras, gritos o castigos innecesarios. Por un lado conseguimos mucho más y por otro evitamos que copien esa conducta y la hagan propia cuando ellos sean los que eduquen. Nuestro refranero es sabio y pide que esta tarea se haga con cariño.
Educar a los hijos no es fácil, es un trabajo agotador que exige atención 24 horas, al que hay que sumar el trabajo que se realiza para obtener el sustento familiar. Los niños lo saben y muchas veces llevan al límite a unos padres que ya están estresados por su trabajo diario, con lo que o bien se opta por no hacer nada -en el fondo se puede llegar a pensar que «no hay que darle más importancia»- lo que no es muy aconsejable, ya que pueden desarrollar vicios de carácter, malos hábitos, etc.; o bien se opta por la mala cara o el grito, lo cual tampoco es una buena idea. Si se quiere que un niño desarrolle buenas costumbres, valores, sea educado y cortés, hay que predicar con el ejemplo y corregir con firmeza pero con cariño, sin la humillación que supone el recibir un grito o una mala contestación.
Gritar no es corregir, es una reacción violenta mediante la que se trata de amedrentar a otro. Intentar corregir una conducta a grito pelado -pensando que quien habla más alto es quien tiene la razón- es una forma de mal educar al hijo para el futuro, ya que copiará esa conducta y la pondrá en juego cuando, como padre, se enfrente a una situación similar, o cuando en su trabajo alguien -en situación de inferioridad- le lleve la contraria.
Así que hagamos caso al refranero y corrijamos con cariño, pues -como el propio refranero díce- «más se consigue con miel que con hiel»