El martes dí un paseo -corto- por la XIX Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo de Madrid aprovechando un descanso en el #CVHH2017. El corto paseo fue productivo, ya que encontré tres joyas nuevas -viejas- para mi anaquel, una de ellas es la que les voy a comentar hoy: El Arte de agradar de la Condesa Araceli de la Sierra.
Agradar: la base del protocolo social
Ser agradable es, para la Condesa escritora, sinónimo de poseer don de gentes o «tener ángel«, lo que lleva aparejado ser bien acogido en todas partes y gozar del respeto de los semejantes, para lo cual el agradable ha de ser: educado, culto y «fino«, siendo la «finura» la piedra angular de la afabilidad.
La persona «fina» es aquella que evita a sus semejantes «todo aquello que pueda ocasionarles disgusto, molestia o desagrado«; si esta cualidad, además, está «pulimentada» con la educación y «barnizada» con la cultura ya tiene el sujeto que la posee las dotes precisas para ser agradable.
Ser agradable, ser educado, es el fundamento del protocolo social -los modales, el comportamiento, la urbanidad- que consideramos absolutamente necesario en la vida de relación con los demás.
No confundamos agradar con adular ni mintamos para agradar
La autora previene contra los que practican el agrado fingido, los aduladores, quienes derrochan elogios hacia aquellos a los que quieren de esa forma agradar y acaban empalagando con sus muestras de afecto falso rayanas en el servilismo.
Y también contra los hipócritas, aquellos que se hacen agradables según la situación, como si fueran el personaje de una obra teatral y en ese momento concreto y con esas personas concretas le tocase el papel de «el agradable». Para la condesa, una persona agradable tiene el serlo como norma de vida y lo es en todas las facetas de la misma: en su casa, de paseo, en el coche, en la playa, en las conversaciones con amigos, parientes y conocidos, y en el trato «con personas de alta alcurnia o en la relación con sirvientes e inferiores«. Lo que hoy denominaríamos un agradable 360º.
Ser agradable: un arte
Uno no nace siendo agradable, como todo arte se aprende y no solo en los libros sino con la práctica diaria. Para aprender a ser agradable hay que adquirir buenas cualidades, entre ellas: franqueza, honradez, abnegación, simpatía, sinceridad, respeto a los demás y «ajustar a una sola regla todos los actos de nuestras relaciones para con nuestros semejantes«; regla que no es otra que tratar a los demás como queremos ser tratados.
Como vemos, la agradabilidad, el ser agradable es un arte que se practica en la vida de relación social, no es algo para practicar en solitario, es necesaria la interacción, el trato con el otro y es ahí donde entra el protocolo: ¿No decimos de él que ayuda a o facilita la convivencia?, pues practiquemos.
Ilustraciones: Maurice Leloir
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